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| La Vida En Nuestras Manos
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| por Antonio Ruiz Vega
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De Javier Sádaba leímos, no ha mucho, "Hombres A La Carta. Los Dilemas De La Bioética", y comprobamos que este "La Vida En Nuestras Manos" continúa por la misma senda, aunque se trate de una obra más ambiciosa. Cree Sádaba que los hallazgos de la genética (el libro está escrito antes del desciframiento definitivo del genoma humano y todavía habla Sádaba de su "monstruosa complejidad" que, al final, ha resultado no ser tanto, quizá haya partes de este libro que han sido superadas y hasta contradichas por la relativa simplicidad del esquema genético humano) son por una parte imparables y por otra no inevitablemente perversos. El problema es, a su juicio, un problema de soberanía. Es decir, se trata de quien va a administrar este conocimiento, y en eso no puede mostrarse muy optimista. Tras los finales de la historia y el triunfo del capitalismo, la democracia y lo políticamente correcto, desaparecida la lucha de clases (por K. O. técnico) y fundidos en uno sólo los bloques, es de temer que sean los intereses más primarios del capital los que dispongan de este material tecnológico que permite, a muy corto plazo, una eugenesia del género humano soñada por muchos en el pasado pero sólo posible a grandes costos o por medios condenables.
Sádaba opina que el problema es de autonomía, de participación efectiva en las decisiones, en ejercitar nuestros derechos y, quizá antes que todo ello, en plantearnos lo que queremos, qué idea de ser humano y de sociedad defendemos. Por primera vez en mucho tiempo las posibilidades, los medios, van mucho más allá de nuestras ambiciones. Sucede que antes de que lleguemos a familiarizarnos con una determinada tecnología, a pensar qué hacer con ella, ésta se ve superada y nos encontramos, partiendo de cero, ante una nueva. Este "gap" tecnológico, esta inadecuación de conocimientos, se plantea, dramáticamente, frente a un mundo de posibilidades cual es el de la manipulación del genoma humano. Si la opinión pública (hablar de la "voluntad popular" resulta ya hilarante) no sabe a qué carta quedarse, como es el caso, crece el peligro de que se haga un uso perverso de la tecnología. Que, aunque pueda no coincidir precisamente con los sueños delirantes de los escritores de ciencia ficción del pasado (hombres convertidos en bancos de órganos, cyborgs sumisos como fuerza de obra barata o soldados lobotomizados sin voluntad propia), no dejará de ser menos inquietante.
Problemas morales como el de la prolongación de la vida mucho más allá de los límites actuales (y, en teoría, "sine die"), el de la anulación del dolor, el de la eutanasia "a la carta", el futuro de la paternidad, etc. se están abordando sin haberse formado antes un estado de opinión (el papel de la prensa y por extensión de los medios, abordado en el capítulo octavo es fundamental, para bien o para mal) ni haberse planteado en términos de ética, de moral.
El entramado entre la industria farmacéutica, la clase médica y las publicaciones especializadas (incidiendo todo ello cada vez más sobre la supuesta independencia de la vida hospitalaria) es ya lo suficientemente denso como para poder esperar de ese mundo, en el futuro, una conducta independiente y autónoma.
Por lo demás, al hablar de los nuevos filósofos alemanes que propugnan algún tipo de Züchtung (doma) del ser humano, como Sloterdijk, y frente al que Habermass y otros agitan el fantasma del neonazismo, Sádaba tercia haciendo algunas meditaciones bastante despistadas sobre Alfred Rosemberg que demuestran (de lo que no le culpo demasiado) que no ha tenido la paciencia de leerse su plúmbeo "Mito Del Siglo XX" y menos cabe disculparle que trivialize sobre lo ario diciendo que "es simplemente un conjunto de lenguas con origen común en los Kurganes, en la estepa rusa". Los "kurganes" en sí no son más que tumbas, túmulos. Se supone que pertenecen a una cultura que debió ser, para unos, la tracia y para otros la escita. Ni siquiera consta que fueran "arios", pero si lo fueran, constituirían una parte de ellos, no el todo. En fin, que ha oído campanas y no sabe por donde.
El libro está escrito, como Sádaba nos tiene acostumbrados, de un modo claro y muy didáctico, en capítulos cortos, que se dejan deglutir bien incluso por el profano, y a los que acompaña una bibliografía sucinta, aunque no siempre de fácil consulta.
La conclusión, muy resumida, es que, como suele decirse, cuando Dios quiere perdernos nos concede nuestros más íntimos deseos. Los sueños eugenésicos de Bernard Shaw o H.G. Wells, los melífluos utopistas del socialismo light, pueden convertirse en realidad en nuestro tiempo... y ello nos pone los pelos de punto. Demasiadas posibilidades para tan pocas capacidades. |
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