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Mauricio O Las Elecciones Primarias
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por Juan Carlos Eizaguirre
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La trayectoria literaria de Eduardo Mendoza no ha sido todo lo regular que debiera como para considerarle un escritor de primera fila. Aunque es evidente que tiene unas capacidades notables tanto en su pulso narrativo, tratado en diversos registros (costumbrismo, novela negra, crítica social, humor…), como su capacidad fabuladora, consecuencia de una fértil imaginación, inteligencia y capacidad observadora. Y como es una persona que reflexiona sobre las cuestiones de la vida, como la religión, la política, variados aspectos sociales, el hombre como sujeto de unos hechos concretos, pero también en su conjunto, va salpicando sus relatos con opiniones que, por lo menos, tienen la intención de ofrecer su opinión (la verdad) a sus lectores, o simplemente sus opiniones. Es obvio decir, al pretender abarcar un sinfín de registros, que en diversas ocasiones se equivoque: no se puede saber de todo. Por lo que se refiere al hombre como ser transcendente patina mucho. Da la sensación de ser un escéptico en estos asuntos, más que un agnóstico. La falta de formación en estos temas la camufla con ese sentido común que sacan a relucir las personas inteligentes cuando no dominan una materia. Y quizá haya también cierto desprecio a todo lo que suene a religioso en general.
Es un escritor al que le ha faltado constancia a su labor creadora. Desde su primera novela, La Verdad Sobre El Caso Savolta, en la que le fue concedido el Premio Nacional de la Crítica, y después La Ciudad De Los Prodigios y otras, se podía aventurar la presencia de un excelente escritor. A mi juicio no ha sido así, porque le ha faltado ambición y, quizá, porque sea una persona de una sola novela. Quiero decir con esto que los temas tratados en sus trabajos son similares; rondan en su mayoría alrededor de la burguesía catalana, en unas ocasiones para hacer denuncia social, en otras para recrear tiempos y lugares en el pasado, y otras varias, que van desde lo sentimental a lo histriónico, siempre polarizado en las gentes de Cataluña, y principalmente la ciudad de Barcelona.
En el caso de la novela que nos ocupa, se podría definirla como un intento fallido. Da toda la impresión de que Mendoza ha pretendido retratar la Barcelona posmoderna de finales de los ochenta, gobernada por nacionalistas y, de otro lado, las corrientes de izquierda, sirviéndose para ello de una galería de personajes a los que dibuja muy bien, con un estilo brillante y presuroso que capta. Pero si nos ponemos a analizar el contenido no hay nada. En todo caso descripción de escenas logradas, el reflejo de una sociedad sin recursos morales, que él se limita a describir, no a opinar qué le parece o cómo se podría actuar de otra forma. En definitiva, un trabajo de poco fuste, con la firma de lo que el sabe hacer mejor: la sátira indulgente, la ironía sin malas intenciones. Quizá el lector encontrará al mejor Mendoza en las páginas finales, cuando el protagonista se ve acosado por todo, incluso por la muerte de un ser que le es muy querido. En esos momentos el tono desgarrado, duro, choca contra lo que en semanas anteriores había sido como un juego; un juego peligroso, pero que se podía mantener controlado.
El tono, el ambiente que se respira es de absoluta amoralidad. No se mencionan defectos de la conducta humana propiciados por la debilidad, el rencor… Estos son narrados como si diera igual.
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