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No Hay Explicación Para Lo Que Queremos Que La Tenga
por Francisco Martínez

Cuando llega ese momento que parece que se nos terminan las palabras, hasta su sustento, uno echa mano de un pasado inventado para construir un presente de nuevo. Frente a las soledades contra nosotros mismos queda el recurso de volver a abastecernos como un animal que se auto alimenta.

Los recuerdos a veces nos traen medidas de comportamientos. De los propios la última razón nunca la decimos, de los ajenos intentamos olvidarla. Más allá de los datos y de las estadísticas no se deben recordar los agravios, todos los tenemos, todos los causamos, que los recorte el tiempo y a ser posible que los vaya borrando.

He preferido echar mano en un momento de agonía del propio lenguaje, de los mejores momentos, pensar que pueden volver algún día. Necesito que vuelvan sin perder lo que ya tengo. No porque sean casi sueños son signos de impotencia, sino gestos que siempre tuve con la gente, temblores que a lo mejor sólo me quedan ya en la voz. Nunca supe ser contador de sueños, cuando los necesitaba iba a comprárselos a aquel vendedor que los tenía ya hechos, calculaba voluntades, certeza en la imaginación y así el sueño se hacía más largo, más asible, más real.

No tendré prisa, mi espera será cálida y exacta, como un tramo de piel. Quiero disiparme muchas veces otra vez, quedarme sin sentir la materia, rozar lo invisible, rebasar, porque ahora que lo recuerdo mi capacidad de sentimiento es válido sobre todo cuando rebasa sin que se note un final, todo sea continuación. Llegar a esa especie de convalecencia que siento cuando termino un libro, no opongo resistencia, se queda para siempre.

A lo mejor lleva razón ese cubano de la Trilogía Sucia De La Habana, Pedro Juan Gutiérrez, cuando dice que seríamos mucho mejores si no tratáramos de comprender, si aceptáramos que ningún ser humano puede jamás comprender al otro, da lo mismo el vínculo, la razón de estar juntos, de haber sabido cruzarse las palabras más intensas que teníamos. Da lo mismo, sigamos sin comprendernos y cada conducta será mejor, la nuestra y la ajena, quietos, parados, sin destruir, porque destruir siempre es fácil.

Creo que cometemos todos los pecados posibles, uno tras otro, como nos vienen a la mano, pero no queramos entenderlos ni los propios ni los ajenos. Seducidos, hipnotizados, envueltos, sin resistencia alguna, alguien nos los entenderá todos. No empleemos ni el romanticismo para explicarlos, jugaremos con desventaja. Es preferible despertarse pensando en el pecado, la causa, ya vendrá luego si viene.

Pues aún pecando tampoco quiero estar en el grupo de los perdedores, no es tan fácil saberlo y menos juzgarlo, se desconoce quienes ganan y quienes pierden, no es tan simple la cosa. Nadie sabe nada en esta vida y menos de esta vida. Se vive lo que a uno le toca, y cada cosa en su momento. Ese es el mecanismo, difícil de ver, más de entender.

Pero como un remanso válido siempre tenemos a alguien que conoce nuestra faz más vergonzosa, los secretos más dañinos que como todo acaba por contarse. Se lo leía estos días a Marcos Giralt. Y terminaré refugiándome para las noches enteras en sus propias palabras de Los Seres Felices: “No suele haber explicación para lo que mas ansiamos que la tenga, pero asumirlo no nos priva del anhelo de encontrarla.”

En eso estoy ya tiempo.

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