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Jesús Ávila Granados
 por Francisco J. Vázquez

¿Porqué este libro?
Tras la publicación, por parte de Ed. Bruño en 1990, de la obra La Granada Nazarita, libro que se convirtió en obra de texto obligado de todos los Institutos de nuestro país –traducida de inmediato al catalán, gallego y euskera–, yo tenía con Andalucía una deuda pendiente. Desde siempre me había fascinado el tema de los viajeros que, a lo largo de los tiempos, por diferentes motivos, alcanzaron el mediodía peninsular, quedándose prendados de las bellezas y encantos de nuestra querida Andalucía. Y me puse a trabajar en firme hace unos tres años. Pero, a diferencia de otros estudios realizados sobre el tema, que se circunscriben a un período histórico muy concreto (siglos XVIII y XIX), yo consideré que había que arrancar desde la Antigüedad para terminar en nuestros tiempos, porque todos, de alguna manera, han sido viajeros, y todos ellos, a su manera, fueron aportando su granito de arena en la transmisión socio–cultural de nuestra hospitalaria tierra.
¿Háblanos de esos viajeros antiguos?
En Andalucía, gracias a la singular riqueza de recursos naturales tanto terrestres como marítimos, coincidieron en el espacio y también en el tiempo algunas de las grandes civilizaciones del Mare Nostrum, con el atractivo añadido de hallarnos en la frontera del mundo conocido y lo ignoto, separados ambos territorios por las legendarias columnas de Hércules; en este escenario, ya en tierras atlánticas, se hallaba el mítico reino de Tartessos que, según las fuentes escritas, era tan rico que sus ciudades no precisaban estar rodeadas de murallas. Esta zona de la Baja Andalucía, que se corresponde con las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, se convirtió en meta de los más célebres viajeros y geógrafos de la Antigüedad, quienes por mar arribaban a las costas gaditanas para entrar en contacto con esa civilización, autóctona de Andalucía, que comercializó con griegos, fenicios y cartagineses, y fue una bisagra de entendimiento de las otras dos grandes culturas que moraban en la península: iberos y celtas. Mucho le debe, por tanto, la historia de nuestro país en general, y de Andalucía en particular, a ese fascinante pueblo alabado por Schulten y cuya capital éste la sitúa en la desembocadura del Guadalquivir.
¿Y los romanos?
Roma llegó a Iberia en el siglo III a. C., recalando primero por la costa catalana, y después, a medida que iban avanzando sus conquistas, fueron descendiendo hacia el sur; cuando llegaron a Andalucía es cuando comprendieron la verdadera riqueza socio–cultural de nuestro país, al que bautizaron como Hispania, quedándose prendados ante la belleza de sus espacios naturales, la riqueza de sus tierras de labor, el encanto de sus ciudades y pueblos y la sabiduría de sus gentes. Y fue precisamente en suelo de la Bética donde se produjo el enfrentamiento entre Julio César y Pompeyo, en la batalla de Munda, que cambiaría el rumbo de la historia de Occidente; después de la victoria, Julio César fue a Sancti–Petri a orar ante el altar de Hércules porque, según Pomponio Mela, allí estaba enterrado este dios latino, al tiempo que lloraba el no haber logrado superar al Gran Alejandro, y elogiaba los triunfos de Aníbal. Julio César, sin proponérselo, había abierto un canal de comunicación entre Andalucía y el resto del mundo mediterráneo, al tiempo que daba dos grandes emperadores a Roma, naturales de Itálica.
¿El libro dedica un importante capítulo a los viajeros árabes?
En efecto, si Córdoba fue la capital del Califato, que se independizó de Damasco por Abderramán I después de desembarcar en Almuñécar (755); Sevilla, capital de uno de los reinos más florecientes de al-Andalus, y Granada, cabeza del último reino musulmán en Occidente que, durante 260 años, tuvo a 28 monarcas coronados en la Alhambra, todos estos atractivos dieron lugar a un interés especial por parte del mundo musulmán, tanto el del lejano Mediterráneo oriental, como el más próximo (Marruecos y demás territorios del Mahgreb), hacia nuestra querida Andalucía. Entre estos singulares viajeros que, en la mayoría de los casos también eran geógrafos, debemos citar a Al-Idrisi, llamado el Estrabón árabe, quien hizo la ruta desde Algeciras a Granada siguiendo el litoral hasta Motril, y después por el interior; en Málaga saboreó el vino que allí se elaboraba, al que denominó xarab almalaquí (jarabe malagueño), lo que demuestra que el vino también fue consumido por los árabes y, por lo tanto, potenciado el cultivo de la vid; gracias a este célebre cartógrafo, se supo en el siglo XII islámico que la tierra era redonda, achatada por los polos y, muy probablemente, Colón, a finales del siglo XV, alcanzó su objetivo del Nuevo Mundo siguiendo los mapas de rutas de navegación legados por Al-Idrisi. Pero también debemos hacer referencia a Al-Mutamid, el monarca poeta del reino de Sevilla, a Ibn al–Jatib, el nazarí que descubrió las bellezas de los límites orientales del reino granadino, y a Ibn–Battuta, uno de los más célebres viajeros del siglo XIV, que también quedó prendado al visitar la capital de la Costa del Sol: "Málaga aúna las ventajas de mar y tierra y abunda en productos; en sus zocos abundan los más preciados frutos’. También quedó maravillado ante la belleza de la mezquita malagueña.
¿Podrías destacar una ciudad que fuese paradigma de los viajeros que llegaron a andalucía a lo largo de los tiempos?
No es fácil elegir una ciudad, o pueblo andaluz, porque cada una de ellas, en un momento determinado de su historia, fue escenario de la llegada y estancia de uno o varios viajeros. Posiblemente el nombre que más se repita en el libro sea el de Granada. También Córdoba, Málaga, Cádiz y Sevilla, Almería, etc. Pero hay otras poblaciones que también están muy presentes en diferentes capítulos de la obra: Ronda, Almuñécar, Loja, Antequera, Algeciras… de Ronda tenemos citas sobrecogedoras gracias al escritor y poeta alemán Rainer María Rilke, viajero que llegó a esta población a comienzos del siglo XX, quedando extasiado al contemplar su magia y embrujo; conversaba largas horas con los pastores, a quienes les dedicó páginas enteras de sus relatos de viajes que hoy siguen conmoviendo a los numerosos viajeros que, de lengua alemana, no cesan de llegar a Ronda para seguir los pasos de su antepasado, con una obra en la mano, como he podido ver en varias ocasiones.
¿Tú crees en los tópicos?
No, los tópicos son fruto de nuestras debilidades. A pesar de que muchos de ellos están relacionados con el mito y las leyendas de algunos de estos viajeros, Andalucía sería la misma sin haber visto pasar a ningún viajero, porque fueron éstos los que, al llegar a nuestra tierra, más se enriquecieron con su estancia en ella. Nuestra querida Andalucía abasteció culturalmente a todos y cada uno de los viajeros que, a lo largo de los tiempos, hasta aquí llegaron en busca del exotismo, el embrujo y los encantos del sur peninsular; a la vista está que éstos no se cansaron de ensalzar las bellezas que descubrían y admiraban a cada paso. El problema está en nosotros mismos, que es algo que le sucede al resto de los españoles, basado en el poco convencimiento que tenemos de nuestras posibilidades; el no creer que somos tanto o mejor que los demás.
¿Qué destacarías de cada viajero?
Cada viajero vio la zona andaluza que descubrió según su personal punto de vista, influencia por muchas circunstancias. Para algunos les sorprendió la hospitalidad de sus gentes; otros, la singular belleza de sus mujeres; otros, la sencillez de la vida de los agricultores y ganaderos. Otros se fijaron en el paisaje, criticando la retorcida forma de los troncos de los olivos; otros, el calor. También la gastronomía llamó poderosamente la atención de muchos viajeros; algunos, los menos, tuvieron la valentía y coraje de atravesar las gargantas naturales de Sierra Morena, para conocer personalmente a José María El Tempranillo. En el bloqueo de Cádiz por los franceses, durante la Guerra de la Independencia, en la ‘Tacita de Plata’ se llegó a alcanzar una calidad de vida envidiable, a pesar del asedio galo, porque, por mar, llegaban a diario los mejores alimentos para abastecer a los defensores, incluso helados italianos…
¿Qué reflexión extraerías de tu propia obra?
Para los viajeros que llegaron a Andalucía de tierras frías, el calor de nuestra tierra les resultó sofocante y, por ello, lamentablemente, pasaron por alto otros atractivos mucho más importantes. Por eso soy de la opinión que, al hablar de los viajeros que a lo largo de los tiempos alcanzaron nuestra tierra, nos quedásemos con la suma de todos los comentarios y reflexiones, en su conjunto, y no con un análisis individual del personaje, porque éste obedece al momento concreto que se desarrolló el itinerario realizado, en la época del año, los contratiempos que el viajero fue objeto, o las circunstancias que rodearon el viaje (políticas, económicas, sociales, culturales, etc.). Este libro, como sopesará el lector, es un balance de la cultura andaluza, desde la Antigüedad a nuestros días, siguiendo las huellas de los viajeros que quedaron maravillados ante las singulares bellezas de Andalucía, siguiendo sus rutas y también los comentarios recogidos de sus escritos, en un momento concreto de la historia y, al mismo tiempo, un homenaje a mi querida Granada.
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