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David Jiménez
 por Ana Cordón

Seguro que todo el mundo imagina la selva camboyana como un lugar denso, asfixiante, húmedo y salvaje. Pero lo que pocos suponen es que también allí ha llegado la tecnología, a juzgar por el cibercafé desde el cual David Jiménez (Barcelona 1971) ha respondido a esta entrevista para Comentariosdelibros.com. Corresponsal del diario EL MUNDO desde 1998, ha cubierto numerosos conflictos, algunos tan recientes como la Revolución del Azafrán birmana. Pero no sólo se dedica a cubrir guerras y otros avatares del continente asiático. Jiménez es de esas pocas personas que intentan con su trabajo que el mundo abra los ojos a la realidad de los países más empobrecidos. El libro HIJOS DEL MONZÓN (Kailas), en el cual narra las vidas de niños en varios países de la zona, es un claro ejemplo.
portada Jiménez
¿Por qué se decidió a escribir hijos del monzÓn?
Había escrito sobre los niños que salen en el libro en mis reportajes en EL MUNDO, pero sus historias habían quedado inacabadas. Siempre había querido saber qué había sido de ellos y de los lugares donde les conocí. Para mí no eran simples exclusivas. Me importaba lo que les podría haber pasado y decidí emprender su búsqueda para completar el relato de sus vidas.


¿Por qué ha elegido a los niños para narrar las desigualdades que se viven en esos países?
Quería contar los dramas de la guerra, la pobreza o la lucha por salir adelante a través de su mirada. Cuando les conocí, su coraje y su valentía me impresionaron. Los niños miran a las cosas sin el cinismo, el fatalismo o la manipulación de los mayores. Al contrario que éstos, sus sueños siguen vivos, quizá porque su carrera para alcanzarlos acaba de empezar. Tienen una visión limpia del mundo que les rodea.


Si tuviera que adoptar a alguno de los niños protagonistas de las páginas de este libro, ¿con quién se quedaría? ¿podría elegir?
Con ninguno y con todos. Por una parte siempre tuve la tentación de llevármelos a casa y darles otra vida. Por otra pienso que lo mejor es dejarles con sus padres y en su entorno, y hacer lo posible por cambiar las circunstancias en las que viven.


¿Considera que ha aprendido de los niños que se ha encontrado por el camino?
Creo que quienes hayan leído el libro coincidirán en que cualquiera de los HIJOS DEL MONZÓN te enseña más que mil políticos o estadistas juntos. A mí me han enseñado que se puede mantener la dignidad incluso en las situaciones más difíciles, que la felicidad nunca se encuentra en lo material o que mientras vivamos en la indiferencia no cambiaremos la vida de gente que vive sin oportunidades…


¿Tiene actualmente contacto con alguno de los niños?
Algunos han muerto y su final se cuenta en el libro, a otros les he perdido la pista y con varios he podido volver a contactar. Es el caso de Reneboy, el niño que vive en un vertedero de Manila, o Chuan, el niño boxeador de Tailandia.


De los países que ha visitado y cuyas experiencias ha narrado en hijos del monzÓn, ¿cuál es el que más le ha marcado?
Es difícil decirlo. Un capítulo que suele impresionar al lector es el de Vothy, la niña camboyana que contrajo el sida por culpa de los soldados de la ONU. Camboya, desde donde estoy respondiendo a esta entrevista, me parece un país increíble: ha logrado mantener su belleza (interior y exterior) en mitad del genocidio y la guerra más bestias.


Uno de los capítulos más estremecedores es el de belleza eterna, en mongolia. (narra la vida de los niños que viven en las alcantarillas de ulan bator y que se ganan la vida llevando las maletas de los turistas, robando carteras y ejerciendo la prostitución). ¿cómo puede explicarle a un español acomodado el hecho de que los niños de las alcantarillas no puedan vivir en el albergue que un cura creó para ayudarles, se escapen y vuelvan a ellas?
Nada define mejor la estupidez del mundo actual que el hecho de tener a 2000 niños viviendo en las alcantarillas de Mongolia. ¿Es posible que no haya un solo político en el mundo que de un puñetazo en la mesa y diga: “Hasta aquí hemos llegado”? Desgraciadamente sí, es posible. El cura que menciona trata de ayudarles tratando de paliar su situación, pero el verdadero drama está en que nunca deberían haber llegado a ella.


En el libro analiza los conflictos desde la óptica de analizar las causas que han llevado a los países a su situación actual, como el caso de camboya o corea del norte. y siempre las culpas vuelan a occidente¥
El libro también contiene una gran crítica hacia los dictadorzuelos locales o la corrupción de sus elites. Pero algunas de las historias de los niños demuestran que a veces el destino de los pueblos que no importan se decide a miles de kilómetros de distancia por esos otros países que sí importan. Las guerras de Afganistán o Camboya nacieron fuera de sus fronteras. Sin la intervención extranjera, quizá estaríamos hablando de dos países modélicos.


¿Qué es lo más valioso que ha aprendido en estos años como corresponsal?
Que las personas queremos básicamente lo mismo, sufrimos por lo mismo y sentimos lo mismo, en Pekín, Madrid o Manila. Por eso me cuesta cada vez más entender el racismo, la discriminación o la indiferencia hacia el otro.


"Un capítulo que suele impresionar al lector es el de Vothy, la niña camboyana que contrajo el SIDA por culpa de los soldados de la ONU. Camboya, desde donde estoy respondiendo a esta entrevista, me parece un país increíble: ha logrado mantener su belleza (interior y exterior) en mitad del genocidio y la guerra más bestias."



Cuando ve tanta desgracia, ¿no le entran ganas muchas veces de volver a españa?
No, porque en mitad de la pobreza y en las situaciones más difíciles también encuentras a menudo lo mejor de la condición humana. La compasión, la solidaridad y el coraje de una barriada filipina difícilmente la encuentras ya en un barrio de Madrid. El “yo” ha tomado las grandes ciudades, pero la comunidad sigue siendo importante en los países menos favorecidos.


Cuando regresa a occidente, ¿cómo se siente?
Como en casa la primera semana. Después, estoy loco por volver a mi casa de Bangkok.


¿Qué cosas son las más negativas de esta profesión?
Pasé la Nochevieja en Pakistán, durante el tsunami dormí varias semanas en la calle y en Birmania mataron a un periodista japonés que estaba a tres metros de mí. Incluso en esas situaciones he dado gracias por tener la mejor profesión del mundo. Para mí lo malo sería estar encerrado en un despacho con un letrero que diga “Redactor Jefe” y no poder ser testigo de un mundo que, aunque duro y difícil, me resulta fascinante.


¿Y las positivas?
Son tantas… Quizá la mejor es que creces constantemente, no sólo como profesional, sino como persona.


Cuando viaja por placer a algún lado, ¿es capaz de quitarse la chaqueta de periodista o se descubre viendo historias por todas partes?
El periodista es como el bombero (si se quema el piso de arriba no puede decir que está librando). Eres periodista desde que te levantas hasta que te acuestas y lo sigues siendo mientras duermes. En HIJOS DEL MONZÓN cuento que hace años tuve que suspender mi luna de miel en Bali cuando se desató una guerra en la vecina Timor Oriental, donde estuve a punto de perder la vida. Creo que mi mujer coincide hoy en que la vida de corresponsal ha compensado después con creces aquella interrupción.


¿Nos han contado bien la historia de asia en occidente?
La información sobre Asia sigue llena de estereotipos. Mi impresión es que en Occidente no saben lo que se les viene encima. Este será, ya está siendo, el siglo de Asia. La hegemonía económica y política del mundo está girando hacia el Este. Y mientras, EE. UU. y Europa durmiendo la siesta.


¿Cómo se lleva el miedo al viajar a una zona de conflictos como afganistán?
El día que tenga miedo tendré que dejar de ir. Sólo se puede ir a cubrir una guerra pensando que no hay una bala reservada para ti. Pero en esto he cambiado. Hace unos años disfrutaba del peligro, la adrenalina te hacía buscar los riesgos y las situaciones de conflicto tenían un atractivo irresistible. Ahora asumo el peligro como parte del trabajo, pero no lo disfruto.


Algún consejo para alguien que quiera viajar a algún país asiático y que no quiera ser el típico turista...
Sal a conocer el país y a su gente. No te encierres en el hotel o en los barrios para turistas. Los locales son tus huéspedes, déjales que te enseñen su forma de vida y que te cuenten. Sólo así podrás volver diciendo que estuviste allí. Mucha gente viaja sin salir de casa.






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Comentarios De Libros Del Autor/a
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