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portada Todo Un Carácter
Ficha del Libro:

Título: Todo Un Carácter    comprar
Autor: Imma Monsó
Editorial: Alfaguara
I.S.B.N.-10: 842044247X
I.S.B.N.-13: 9788420442471
Nº P´gs: 232


Todo Un Carácter
por Antonio Ruiz Vega

  Para empezar, el título corresponde perfectamente al contenido –lo que no es habitual– y está magníficamente pensado porque la señora protagonista de este relato, Julia Ares, es "todo un carácter" se mire por donde se mire.

La narradora es su hija y el tema las relaciones entre ambas. Pero la narradora es una persona literalmente apabullada por la explosiva personalidad de su progenitora, hasta extremos que en un estadio de la novela llegan a lo psicopatológico. Julia, separada desde hace la tira de años, con el marido en paradero desconocido (que luego se verá que no lo era tanto) saca adelante a dos hijas y le queda tiempo para desarrollar un modo de vivir la vida que resulta contagioso a poco que se conoce.

Reconozco que al principio pensé que podíamos estar ante la típica novela "de mujeres" con todos sus tópicos y manías, pero no. Claro que es una novela de mujeres, aunque las cosas que se dicen de los hombres son bien sustanciosas, pero no se queda en eso. Hay como una sobreabundancia de medios y de temas. Con sólo una parte de las cosas interesantes que se dicen aquí otro –u otra– hubiera pergeñado un mamotreto huero e hinchado, pomposo y redundande, de 500 o 600 páginas. Aquí no, aquí sobra ritmo, sobran cosas que decir, sobra estilo, sobra de todo. ¡Ojo! No va con segundas, no sobra nada, sino que se trasluce que el venero narrativo es caudaloso y no estamos ante un intento patético de animación asistida, en todo lo contrario, sino que el material es tan sugestivo y tan bullente que, en todo caso, el problema es ponerle límites, podarlo...

La traducción de Roger Moreno debe ser buena, porque no se nota que se trate de tal, sino de un texto cuidado, minucioso, de una amenidad e interés que surge ya de las primeras páginas pero que va aumentando en un crescendo.

Por lo demás, temas universales. Las relaciones entre madre e hija, el pasmo ante el devenir del tiempo, el sentido de la vida...

Por poner un ejemplo, las meditaciones de la página 82 sobre el mal genio en hombres y mujeres hubiera dado de sí, con las ideas-fuerza que contiene, a un pequeño ensayo e incluso en manos poco escrupulosas a un panfleto de autoayuda o a un bodrio de esos de "cómo ser malaje y no morir envenenado por la propia mala sangre...".

Otrosí puede afirmarse de las reflexiones de las páginas 184 y 185 sobre nuestra civilización y su ausencia de sentido. Ese construir y destruir constante, esa ciudad nunca terminada, esas calles perennemente en obras, ora por el gas, ora por la luz, ora por las tuberías, que no sé cómo a alguien no se le ha ocurrido instalar superficies móviles como la tapa de un cabás, registros de fácil apertura. No hay creencia más ingenua o peor intencionada (depende del punto de vista) que considerar que una calle y su subsuelo es una superficie inamovible cuando la experiencia diaria demuestra todo lo contrario. Es como si cada vez que salimos de casa selláramos la puerta con un muro de ladrillos y al volver lo derribáramos con una piqueta...

La hija, la narradora, en las últimas páginas del libro, quizá para compensar a ebullición de su madre, se sume en una depresión sin límites. En las páginas 187 y 188 hay valiosas cogitaciones sobre la vida cotidiana y el absurdo de las tareas domésticas, cuyo ejemplo más diáfano es la cocina....

De esos momentos de lucidez casi taoísta destacamos la experiencia de su madre que, en una fase de su vida (pág 201) acude a la charla de un eminente sicólogo. Una persona del público afirma: "Doctor, la vida es un asco" (y la autora apostilla: "Hasta aquí nada nuevo, ya que nada en la experiencia cotidiana, donde toda aspiración queda truncada y toda acción es imperfecta, nos permite pensar lo contrario..."), pero la respuesta es todavía mejor: "¿Con relación a qué, señora?".

Casi terminada la novela, la protagonista llega al punto más bajo de su depresión. Habla con su madre y le confiesa que ha pensado en el suicidio. La respuesta de la madre, también Zen puro es:

"Pues si te da lo mismo, casi mejor te suicidas ahora y así me dejas la tarde libre para acompañar a Pili al bingo".

Lo que provoca, de rebote, la reacción liberadora de la hija:

"¡Anda ya, mamá, por favor!".

Catarsis final...

Pero la novela está llena de hallazgos literarios vivificantes, como esas baldosas de la página 58, que se van superponiendo en el suelo de la casa, unas encimas de otras, en estratos, a medida que la madre decide ir haciendo cambios en la casa, y la sensación de caminar sobre otros suelos, arqueológicos, los de la infancia, los de la adolescencia...

O la página 91, cuando un drogata atraca a la madre con una jeringa infectada de SIDA y la madre lo sumerge en una charla helicoidal que deja al pobre patidifuso.

Frase genial, la de la página 100: "Hay cosas mucho más interesantes que una puede hacer con la vida en lugar de disfrutarla".

O la historia del bretón, tomada de Prevert, impagable y que desconocía, de la página 116. Genial.

O el comentario de la madre sobre el celebrar los cumpleaños y los aniversarios: "¡Vaya fijación con el sistema decimal!" (122).

O cuando dejan de comer bacalao porque se había encontrado a un surfista en estado de descomposición en el Atlántico.

La historia del padre (172) es casi una novela dentro de la novela, cuando aparece, pasado el tiempo, y resulta que había estado viviendo a cuatro pasos de ellas...
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