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portada Sagrada Memoria
Ficha del Libro:

Título: Sagrada Memoria    comprar
Autor: Marjori Agosín
Editorial: Cuarto Proopio
I.S.B.N.-10: 9562600556
I.S.B.N.-13: 9789562600552
Nº P´gs: 115


Sagrada Memoria
por Roberto Ángel

  En su libro "Sagrada Memoria", Marjorie Agosín por un lado realiza una especie de denuncia de la discriminación y del maltrato físico y mental que ha recibido desde siempre la comunidad judía y, por otro, teniendo presente esta triste historia de su tradición originaria, intenta rescatar e integrar de alguna manera a su pueblo hebreo. A falta de poder convivir como íntegros seres humanos con sus pares, Agosín ha logrado unificar a los judíos a entornos que si bien no gozan de todo el merecido respeto por parte de la cultura y sociedad actual, sí es innegable que corresponden a realidades prístinas y honorables y que gracias a su cercanía y abrigo rescatan a los judíos en Chile. A saber: la raza india, los sirvientes y la naturaleza. La denuncia de las humillaciones hacia los judíos es posible separarla en distintas dimensiones: violencia cotidiana, violencia bélica y discriminación social. La violencia cotidiana corresponde a agresiones que sufren los judíos en su vida diaria, sin estar sometidos a un régimen de opresión o bélico. Son hebreos libres, que tienen más que inconvenientes para poder hacer una vida normal. Un ejemplo claro de esta dimensión, ya expuesta en la primera página del libro, son los ataques que efectúan niños en contra de niños, como por ejemplo cuando a Frida “las niñas alemanas…la apedreaban a la salida del colegio público.” (Pág. 15). Inmediatamente Agosín aclara que uno de los entornos que perfectamente podría estar en la lista de cobijadores hebreos que se señaló más arriba, dado la pureza original de ser niño, queda rápidamente eliminado debido a su condición de ser humano, seguido de una contaminación con una sociedad que no quiere a los judíos. Esta relación opuesta entre ser niño y el odio casi inhumano que en ellos se presenta hacia los judíos, queda sumamente explícita en la frase “las niñitas alemanes no me escupirían y no me dirían perra judía.” (Pág. 43). Nótese el sustantivo niñitas, el cual refleja el máximo grado de inocencia (podría haberse escrito perfectamente las niñas alemanas, sin lograr tal vez el mismo efecto), en contraposición al acto y lenguaje utilizados (ya no es sólo lanzar piedras, sino también escupir, completada con el uso del calificativo perra, que implica claramente una connotación sexual, propia de un ser adulto y no un niño). Es como si estas niñitas que martirizan a los judíos tan sólo lo fueran de cuerpo y que se hubieran saltado todas las etapas de la madurez en alas de violentar a los desprotegidos hebreos. Luego de la denuncia cotidiana aparece la bélica, referida al holocausto efectuado por los nazis en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y pese a ser la más deplorable de las tres dimensiones antes señaladas es, sin embargo, expuesta en el libro de la manera más sutil posible. Agosín no habla de ella directamente, dejando entrever que solo es posible señalarla entre líneas, como si su escritura fuera el águila que carcome el hígado de Prometeo, y que pese a que la conciencia del hombre va regenerándose como éste, también va siendo nuevamente atacada por las estocadas de la autora página tras página. Estas denuncias van sucediéndose, como se señaló anteriormente, de forma perspicaz en el libro, en el cual intermitentemente, tras una o varias imágenes, que por lo general no hacen alusión a las denuncias y, casi siempre al final del párrafo, es posible leer frases como: “perecieron en las cámaras de gas azul.” (Pág. 63); “gendarmes quienes… quemaban a los judíos.” (Pág. 73); “…en los campos alambrados de Europa los cuerpos de miles y miles de figuren cubrían la tierra desgarbada y tuerta.” (Pág. 114). Así Agosín va dando cuenta que en la memoria de los judíos aún es imposible olvidar (¿cómo hacerlo?) la barbaridad cometido por los alemanes nazis y recordando a todos los hombres que aún queda mucho por hacer para resarcir la deuda con el pueblo judío. En el caso de la discriminación social, existen en el texto variados ejemplos de como, si bien los judíos no son atacados físicamente, si sufren rechazos que a la larga los denigran: Una joven judía recién llegada de Europa es contratada como institutriz de una acomodada familia aristócrata chilena, quienes “le obligaron a esconder su historia, y le cambiaron el apellido…” (Pág. 29). O también “que los niños judíos se quedaron sin estudios y sin colegio.” (Pág. 49). Dependiendo del grado de aversión que cada entidad o persona tenga hacia la comunidad hebrea, la violencia hacia ella puede manifestarse, ya sea por medio de monstruosos actos (el holocausto por ejemplo), agresiones físicas (piedras lanzadas por ejemplo) o incluso en detalles sociales como los mencionados arriba, que si bien no revisten toda la violencia física que se aprecia en los anteriores, no dejan de ser elementos que agravian y merman la honra y capacidad de los hebreos. De esta manera ellos van siendo dejados de lado en la historia de Agosín. Esta violencia particular que se presenta en las distintas dimensiones mencionadas anteriormente en contra de los judíos, puede también transformarse en indiferencia general, “con las puertas que se cierran ante el mundo que se esconde para no verlos subir a esos trenes…” (Pág. 28), es decir, Agosín se percata que si bien existe una discriminación violenta de sectores conocidos hacia la comunidad hebrea, también el mundo (y aquí se puede entender mundo no como el global de cosas que contiene, sino como los seres humanos que habitan en él) no hace nada, es indiferente, no toma parte en acciones que reestablezcan la paz y cordialidad natural que exigen los judíos (porque en su libro Agosín, denunciando, demanda a que se abra los ojos ante la injusticia cometida). Para Agosín es tan grande la indiferencia del mundo hacia los judíos, que incluso le pregunta “a un Dios sordo y mudo ¿por qué nos había dejado quemarnos en unos hornos incendiados de furia?” (Pág. 34). Pareciera que la autora, debido a todas las calamidades, hubiera dado incluso por perdida la fe, último recurso en los desamparados y estuviera dando absolutamente todo por perdido. Pero la autora, por medio de distintas formas, logra reintegrar a los judíos al mundo, el cual ahora posee diversos significados y no tan sólo el de los seres humanos que habitan en él. Los primeros en incluir a los judíos en su mundo son los indios. Agosín escribe: “Las alemanas católicas no me querían en sus colegios; entonces me fui con las niñas indias…Ellas me quisieron y me coronaron princesa.” (Pág. 57). La raza india, desdeñada por los europeos llegados a América, si acepta a los hebreos, tal vez sin saber que lo fueran, gracias a su delicada ingenuidad y comprensión del mundo, permitiendo que razas rechazadas en Latinoamérica se hermanen producto de la soledad y el desarraigo. En el libro los judíos son además protegidos por la naturaleza. Gran parte de las fotos que ha tomado Agosín de su pasado y del de sus antepasados, ocurre en el frondoso sur de Chile, del cual es innegable afirmar que posee una influencia muy poderosa en todo el libro de la autora y que, probablemente, si Agosín no hubiera vivido en él por tanto tiempo, el texto habría cambiado considerablemente. Y toda esa grandiosa naturaleza que le pertenece es ocupada en Sagrada Memoria para escapar de la soledad, para encontrar un abrigo, para, de alguna manera, integrarse al mundo. Agosín comenta: “En este bosque del sur de Chile no había olor a humo, no había alambres dorados y grises.” (Pág. 56). De toda esta naturaleza, los árboles poseen un valor determinante. Ya Nicanor Parra ha señalado, en su poema Defensa del Árbol, la indiferencia e incomprensión de ciertos sectores de la sociedad en contra del árbol, “Que debe ser siempre por el hombre / Bien distinguido y respetado…”, con palabras de Parra. Pero Agosín va un poco más allá e intuyendo este rechazo al árbol además logra una protección de parte de él, ya que son ellos los que están “…ajenos al fascismo.” (Pág. 81) y que incluso les corresponde el mismo destino trágico que a los hebreos, en “esa guerra donde quemaban árboles y judías.” (Pág. 79), dice Agosín, incitando tal vez al poeta para que luego de su Defensa al Árbol continúe con su Defensa al Judío. Además la protagonista es amparada por la sirvienta de la casa, Carmencha Carrasco, gracia a los cual Agosín llega a declarar que “tal vez entonces logré comprender que entre el cuerpo de los judíos y el alma de ellos había algo en común con las sirvientas.” (Pág. 100). Claro, “…ninguno de ellos podía entrar a un club de golf…” (Pág. 100); debían vivir al fondo del hogar, “…en el confín más oscuro de la casa…” (Pág. 93) (pero donde Agosín sí podía ver luz y claridad), sirvientes rechazados que, como los indios, poseen algo en común con los judíos y gracias a ello es posible ayudarse y cobijarse mutuamente. Indios, naturaleza y sirvientes. Parecen sufrientes personajes sacados de las crónicas de la colonia en Hispanoamérica. Largo trecho ha sido recorrido desde aquel tiempo y aún ellos no han recuperado el sitial que alguna vez José Martí intentó devolverles. Marjorie Agosín se sienta, comienza a escribir y vuelve a acometer la empresa de Martí. Sólo que esta vez la lista de afligidos ha enmendar se alarga: indios, naturaleza, sirvientes y judíos.
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