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portada Poemas Del Mar En Carolina Del Norte
Ficha del Libro:

Título: Poemas Del Mar En Carolina Del Norte    comprar
Autor: Jaime Ferrán
Editorial: Nos Y Otros Editores
I.S.B.N.-10: 8493313084
I.S.B.N.-13: 9788493313081
Nº P´gs: 70


Poemas Del Mar En Carolina Del Norte
por Alejandro Pérez

  Parafraseando a Ortega y Gasset habría que apuntar que el hombre es hombre y sus circunstancias, es decir, el individuo está sujeto al entorno social y natural en el que vive de tal modo que su personalidad se desarrolla según estas pautas irrenunciables.

Jaime María Ferrán construye su propio mapa poético bajo el símbolo del mar como deidad de lo eterno, y del tiempo en las hojas de un calendario que aglutina la vida en 4 estaciones: días de mares, Carolina Beach, espejismos y ciudades del Sur.

El verso nace en la primavera, en el espejo húmedo del océano donde mueren todas las aguas de este mundo. La primavera resuena en la playa como estación de espumas que deja caer sus olas hoja a hoja, que deja caer sus hojas ola a ola. Rompen tan lejos y cerca a la vez que no pueden más que abrazarte, suicidarse contra el corazón de tu ausencia y encontrarse en la voz de la arena y de las conchas.

Poemas del mar en Carolina del Norte son versos escritos a la sombra del sol, versos que nos llegan antes por el oído que por la vista, que canta en la distancia las notas adormecidas de la lira: ¡con qué música avanzan las olas / en el concierto de la sal y del aire, / del agua y del viento! / Gaviotas soñando nubes, / nubes soñando arpas, / olas como guitarras,...

La ternura nos mira con nostalgia. El otoño decae entre los brazos del amor y el amor abre sus ojos a los sueños, al reclamo huidizo de una silueta femenina cuya aroma canta entre los oídos de la brisa. Las luces y los colores bostezan sobre la espalda dormida del mar para anunciarnos la mañana en busca de pétalos de tiempo que corren a hurtadillas por la arena entre las manos invisibles del otoño: Llenando las hojas / de un calendario / perdido en el viento.

El mar sufre la soledad de los inviernos en un contraste profundo donde la melancolía de aguas cerradas delata el latido del dolor. El poeta tiende a ahogarse entre las cenizas frías de enero y de la ciudad y afronta el reto del cansancio con la terapia de una naturaleza dialogante cuyo eco despierta los placeres de la vida: Tus ojos se llenan de estos días de mares

Pedro Salinas deambula por estas páginas de incógnito y el eco lejano de El Contemplado abre una nueva puerta a la inmensidad del Atlántico. El hombre se siente tan insignificante que anhela ser gota de agua en ese afán de ser libre. El cielo y el mar son la cara y la cruz de una misma moneda. El azul de la tierra y el azul del viento recuperan el misticismo de los sueños.

El poeta crea un paraíso bucólico particular donde el Locus amoenus clásico adopta la forma de mar lleno de sonidos y de silencios. Es romántico en el sentido de que huye de este mundo y se ampara en el paradigma de un símbolo. El mundo laboral y monótono se pierde entre las dulces ráfagas de sol y de sal en una primavera asomada al Atlántico donde la ciudad se convierte en un lejano recuerdo, donde el aire fresco del mundo se concentra en las playas de Carolina del Norte, donde las arenas entierran las memorias y el hombre no espera ningún tipo de respuesta, sino un camino lento en la difícil senda del descanso, en el mundo de palabras del silencio atrapado entre las manos de la brisa, en el aire contenido del olvido, en el viento juguetón del pasado. 

La noche cobra conciencia bajo la pasión de los amantes en un escenario romántico roto por la serenidad paciente de la luna: ... en el brillo dichoso / de los ojos de los amantes, / la luna ha escrito / sus palabras de fuego, / sus cartas prohibidas.

La paz del mar nos conduce por los vericuetos inescrutables de la nostalgia. El silencio atrae las nubes de la memoria, el eco lejano de la ciudad que suena puro entre el rumor de la costa. El mar produce esa sensación de pausa, la capacidad de detener el reloj del tiempo en unas horas sin sombra. 

El mar es el marco adecuado para dejarse mecer por las olas del viento y las alas de la libertad. Es el refugio a los avatares del quehacer cotidiano: la labor del poeta como profesor de Universidad, la ciudad y la rutina.

El mar es un puerto de sensaciones donde se dan cita el despertar de los sentidos, donde el oído suena a caracola salada, donde la mirada se asoma en el horizonte como ojo de sol que anuncia la aurora, donde la brisa es una caricia de manos femeninas y el hombre sonríe ante ese espectáculo de silencios y espumas.

El mar es la manera más dulce de huir hacia un mundo salado. Las nubes laten en el espacio celeste del viento con el vaivén húmedo de las olas. Los pájaros del viento juegan con las luces, se refugian bajo el columpio de las aguas.

En los poemas de Jaime María Ferrán hay cabida para los inmigrantes, la pobreza del romántico que se ve abocado a trabajar otras tierras, otros seres que rememoran el sabor añejo de la historia. El mar fiel a su destino arrastra el cadáver envuelto en la niebla de la nostalgia, donde los seres anónimos se alzan como héroes del verso: el barbero, el dueño de un restaurante italiano y entre otros los trabajadores de la construcción mejicanos.

En definitiva, el poeta elabora un atlas de remembranzas donde el paisaje de un niño de ojos azules se derrama en la playa, sonríe al amparo de la brisa con el miedo metido en las ondas. Jaime María Ferrán alarga las huellas de las ciudades por las que ha derramado su alma con unos versos en los que el murmullo del Carpe Diem se agita húmedo entre los recuerdos.

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