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| Memorias De Un Emigrante Ex-Ferroviario
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| por Patricia Pérez
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En el proceso de crecer, lo hacemos con frases que se quedan grabadas en nuestra mente y también en nuestra forma de movernos por nuestra existencia.
La que hoy me interesa analizar (gracias al autor de este libro tan rico en experiencias, Juan F. Domínguez) es esa que nos informa: “La vida es muy corta”, habrá que aprovecharla. Y sí, hay que aprovecharla, sentir que, aunque en poco controlamos los caminos que se hacen nuestros al andarlos y deja de pertenecernos al desandarlos, la hemos acariciado apasionadamente.
Pero también quiero mostraros la otra noticia de esta frase hecha: “Es corta nuestra vida”. Leyendo la biografía de Juan Francisco Domínguez se me antoja que la vida es larguísima, llena de posibilidades, llena de vueltas de tuercas, llena de visiones, alejada de todo lo predecible, la vida que viene y que va. Y en mi lectura como en cualquier otro fascinante libro de aventuras, de pasiones, de entresijos familiares, de inocencias, de viajes, de lucha individual, de sueños, de culturas que se adaptan y conviven dentro y fuera del autor, y un largo etcétera, en estas memorias encontramos todo eso y mucho más.
Con la sencillez y la humildad de saberse un hombre corriente Domínguez Fernández nos demuestra que pocos hombres corrientes lo son en realidad y que detrás de cada hombre hay una historia digna de contar, digna de leer, digna de aprender de ella.
Imagina que todos decidiéramos seguir contándonos nuestras vidas como ya hacían nuestros abuelos. Quien no recuerda haberse enriquecido de estas historias. Bien sabido es y estudiado además por la sicología que no sólo aprendemos y asimilamos conocimientos para nuestra vida de nuestra sola e única experiencia, sino que otra posibilidad de aprendizaje y crecimiento personal es la de entender y asimilar como nuestra las vivencias ajenas. Y en esto, este ex ferroviario, fotógrafo, marinero frustrado, empresario, padre, abuelo, hijo, y viajero infatigable practica la desnudez sin pudor de cada una de las sensaciones que le propinó su vida misma.
Y con ella, nos planteamos, ¿es tan necesaria la apariencia? ¿Tan negativas las pequeñas miserias si las padecemos todos? Y las respuestas que encuentro en este libro son que: importa el miedo en la medida en que pasamos por encima de él, la sencillez de la desnudez del ser humano desmorona tanta apariencia, el ser humano es un cúmulo de bondades y pequeñas miserias que no tiene razón de ser, tanto unas como otras, ocultarlas, sino sacar de cada uno de nuestros errores y aciertos el mensaje, la sensación, la vivencia, el aprendizaje.
Me quedo también con la destacable fortaleza de los hombres que no se detienen ante los obstáculos, como el personaje-autor de este libro en cuestión, al que no le invade la pereza. De nuevo nos encontramos con esa certeza de que la vida hay que exprimirla y luchar sin plantearnos otra alternativa, y así, mueve su mundo y lo cambia sin temor al temor a las inseguridades ni a la cuerda floja en la que tantas veces nos coloca la impredecible existencia. De esta manera, como un canto a su vida intensa y una resistencia sincera a terminar con ella, le habla a la muerte, cara a cara, de esta forma tan directa: “ A la muerte le vi la cara/... en mi postrer agonía /sus halagos no escuchaba /muchas veces se lo decía / de mi vera que se fuera...”
Y sigue reforzando su deseo de vida recitándonos: “La vida es un destino /no se puede evitar / la vida es un misterio /nadie la puede explicar./ La vida es un reto /la tenemos que afrontar./ La vida es muy preciosa / la tenemos que cuidar. / La vida es riqueza/ la tenemos que conservar...”.
Quedémonos entonces, como Juan F. Domínguez, con la vida, elijamos vivirla, sintámonos vivos, con sinceridad. |
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