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| Los Aires Difíciles
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| por Antonio Ruiz Vega
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En esta larga novela, que revela una capacidad narrativa notable y la intención de profundizar en dos sagas paralelas, está no obstante plagada de paradojas. No es la menor que los dos protagonistas principales, Juan y Sara, que se encuentran como vecinos en esa urbanización turística, no acaben como pareja.
De las dos historias es más sugerente la de Sara, y yo creo que allí ha querido Almudena simbolizar a toda una generación de españoles que se han desclasado.
Sara, hija de un republicano represaliado por la guerra es educada por su madrina. Madrina de la clase alta, para la que la madre de Sara trabajaba de criada... Durante este periodo Sarita (para entendernos) vivirá durante toda la semana en un mundo de lujo y riqueza y regresará los domingos a casa de sus verdaderos padres, donde se encontrará un ambiente muy diferente.
Esta relativa esquizofrenia está muy bien descrita, cuando la autora explica cómo, a la vez, simultaneamente, ella se alegra y no se alegra de estar con sus padres biológicos y se alegra y no se alegra de regresar a su ambiente adinerado.
Pero lo más grave, lo más traumático, adviene cuando Sarita cumple los dieciocho y de un modo bastante expeditivo es facturada a su verdadero hogar. El choque es considerable, Sarita/Sara se topa con unas limitaciones de todo tipo que ni se imaginaba. Ha sido expulsada del paraíso.
Así las cosas, Sarita tratará de salir adelante, volverse responsable, asumir su destino. Y así lo hace, pero pronto se da cuenta que pese a su fuerza de voluntad, sin los medios adecuados, le es imposible abrirse camino. Es la historia de una ambición. Y también la de un resentimiento social. Escucha a su padre hablar de la Guerra, de la República, de la Revolución. Asume los valores de la clase obrera, con la que trata de identificarse. Pero, llegado el momento, escucha los consejos de su madre que la convence de que la revolución fue un error, que tan sólo se trató de encontrar nuevos amos y que trate de salvarse ella sola. Sarita, que sólo ha conseguido llegar a convertirse en cajera de un PRYCA, finalmente le hace caso.
Regresa con doña Sara, con la que prácticamente había roto, y permite que esta le ayude. Es una ayuda relativa, "cada uno en su sitio", no le da una carrera, por ejemplo, pero sí la ayuda a realizar estudios medios. Así, poco a poco, Sarita se va haciendo imprescindible para doña Sara la cuál, fallecido su marido (gran facha, putero en la guerra y progresivamente impotente y capón en la posguerra), se siente muy sola. Doña Sara tiene un patrimonio inmobiliario de colosales proporciones y Sarita, poco a poco, se le irá haciendo imprescindible como gestora, desplazando a otros intermediarios que la molestaban.
Un buen día, al vender un edificio de pisos en semirruina (precisamente donde ella y sus padres vivieron), se encuentra con que el comprador le entrega una docena de millones "en negro". No le es difícil aparentar que la venta se ha realizado en el importe escriturado, pues doña Sara, acostumbrada a sus anteriores gestores que debían ser aún más rapiñadores, está encantada con la niña.
Pronto se dará cuenta que le es fácil enriquecerse con pequeños trucos, como imponer a plazo capitales que devengan intereses para ella y un largo etcétera. La energía que la lleva por este camino se la da su afán de medro y también el odio soterrado hacia doña Sara, ese rencor social del que hemos hablado, ese resentimiento (que para Nietzsche era el único pecado imperdonable). Se da cuenta de que, pese a sus promesas, cuando doña Sara muera no le dejará ni un duro y que todo quedará para sus ociosos parientes que ya se afilan los dientes... |
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