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| Leche
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| por Ignacio Segurado
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| ¿Os gusta ver nevar? ¿Os gusta Brooklyn? ¿Os gustaría ver caer la nieve lentamente sobre Brooklyn? Si la respuesta a estas preguntas es sí, "Leche" es vuestro libro. Una novela sobre la insatisfacción divina, o lo divino de la insatisfacción; una novela de personajes cuya alma parece atravesada por un continuo vaivén mesiánico, y con un Nueva York tan imposible como un paisaje siberiano en medio de la selva amazónica. "Leche" es una búsqueda de tres. Mary, una madre obsesionada con proteger a su hijo para no tener que protegerse a sí misma; John, un monje que abandona la búsqueda de Dios para buscarse él –y de paso a alguna mujer–; y Walter, un cura episcopaliano cuyo sentimiento trágico de la vida gira alrededor de la edad y los placeres egoístas del sexo adolescente. Así pues, Mary, John y Walter. Tres personajes en busca de Dios. Lástima que cada uno tenga una visión de la divinidad tan diferente: o pura o desesperada o sórdida. Qué decir: la condición postmoderna, la puntería de Malraux. Para que Leche entretenga, para no acabar atrapado en su simbolismo vagamente familiar y melancólico, es preciso abandonarse a su lectura de la misma forma que el bebé de Mary se abandona al pezón de su mística madre: sin nada de vergüenza y con mucho silencio. Sólo de esta forma se siente frío al pasar la página o piedad hacia esos prototipos languidecientes de una civilización "kitsch" hinchada y sin salida. “Cuando el presente se vuelve insoportable, el feliz escondite del cerebro es lo sobrenatural”, le dice Walter a una Mary en pleno éxtasis. La gran lección de esta novela es una lección que suena a medioevo, pero también a siglo XXI. El siglo que será espiritual o no será. "There is no alternative". Y en esta novela tampoco la hay, todos pierden, porque la leche se secará y la nieve está ya apunto de derretirse. |
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