|
Las Vírgenes Suicidas
|
por Irene Rodríguez Aseijas
|
|
Hay novelas mediocres, novelas interesantes, malas novelas, grandes novelas… y luego están las que te atrapan de alguna manera, consiguiendo despertar en tu subconsciente resortes que creías muertos, destruyendo uno a uno tus esquemas, transportándote a un universo individual, único y finito, condenado a permanecer durante mucho tiempo en tu cerebro, como un goteo intermitente. Las Vírgenes Suicidas responde a esta última categoría, aunque, como suele ocurrir en muchas obras que apuestan por la experimentación formal en cierta medida, no resulta sencillo imbuirse en su atmósfera. Al contrario, Jeffrey Eugenides disfruta descolocando sin piedad lector, captando poco a poco sus sentidos con la misma metódica dedicación con la que las cinco chicas se entregan a su autodestrucción incomprensible y complaciente. No hay que perder de vista que se trata de una historia real, susceptible de caer en el melodrama y, sin embargo, lo que se nos ofrece es un relato crudo, vibrante y epidérmico, tan hipnótico que, llegado un punto acabamos cayendo con ellas, subyugados por la precisión de descripciones tan visuales y complejas que nos cortan la respiración. Es posible que Eugenides haya escrito después novelas mejores, quizá más depuradas, pero sospecho que no habrá sido fácil desembarazarse del hechizo de esta historia. El relato, mitad periodístico, mitad ficticio, de cinco hermanas adolescentes y suicidas y de los muchachos que las amaron devota y secretamente, que termina por removernos el tuétano. Sin respuestas ni puertas falsas. Confundiéndonos hasta el punto de que cuando creemos atisbar un sentido a su incomprensible decisión conjunta…nos enfrentamos a la extraña certeza de que esa misma extraña decisión… podría haber sido nuestra.
|
|