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portada Las Mujeres Que Hay En Mi
Ficha del Libro:

Título: Las Mujeres Que Hay En Mi    comprar
Autor: María De La Pau Janer
Editorial: Planeta
I.S.B.N.-10: 8408045492X
I.S.B.N.-13: 9788408045496
Nº P´gs: 304


Las Mujeres Que Hay En Mi
por Antonio Ruiz Vega

  La autora ha delimitado un espacio, la vieja masía familiar en Mallorca –La Casa de Albarca– (con alguna digresión muy concreta que consiste en un viaje a la India del jardinero Ramón), consiguiendo así una casi completa unidad de espacio, y allí ha desarrollado una saga femenil donde tres mujeres sucesivas (Sofía, Elisa, Carlota) van repitiendo un esquema vital muy parecido que se trunca con la última, ya contemporánea. Lo que más interesa aquí es el estudio de los personajes y el bucear en el alma y la psicología femenina. Salvo el caso del jardinero Rodrigo, cuyo papel va creciendo a medida que transcurre el libro, los demás hombres aparecen esquemáticamente, algunos prácticamente se esfuman a medida que avanza la narración, como el abuelo Mateo.

La casa está habitada por los fantasmas de quien Carlota llama "mis madres". Cuando su abuelo Mateo decide volver a casarse con una mujer en apariencia anodina, Margarita, le pide a Carlota que albergue en su cuarto los retratos de Sofía y Elisa. Pero Carlota poco a poco irá dándose cuenta de que su madre y su abuela pululan por toda la casa, que están plenamente vivas para Mateo como comenzarán a estarlo para ella misma.

El papel de Margarita parece, por tanto, desairado, pero con el tiempo Carlota irá dándose cuenta de que su abuela vicaria es también, a su modo, una gran mujer.

El hilo, el misterio de la narración, es la figura del jardinero Ramón. Un jardinero que terminará por tener una relación muy especial con las tres generaciones de mujeres. Amará en silencio, platónicamente, a Sofía, que morirá muy joven, del parto de Elisa. Viajará luego a la India, donde conocerá a su amigo, Miguel, una persona culta, que le incita a la lectura y con el que mantendrá una larga relación epistolar. Cuando Elisa llegue a la edad núbil, Ramón, que ha terminado por volver a La Casa de la Albarca tras su aventura oriental, se enamorará rendidamente de ella. Vivirán un amor intenso, completo, de una carnalidad obsesiva, que recordaría en algo a los amores de la Chaterley y su garañón si no supiéramos que, pese a su profesión (y, según se va viendo, puede que gracias a ella), Ramón es una persona compleja y culta (un jardinero "con estudios" que dirían Faemino y Cansado). Los amores clandestinos de la señorita y el jardinero, que ya comenzaban a preocupar a Ramón por lo que tenían de infidelidad hacia su empleador, el abuelo Mateo, se truncan de golpe con la llegada inesperada de Miguel. Ya se sabe, tres son multitud, sobre todo si viven juntos en la cabaña del jardinero. Finalmente se desatan los celos. Miguel es un seductor nato y Elisa no puede ser inmune a sus encantos. Así, en una visita turbulenta a un faro de la costa, se desata la tragedia. Elisa es arrebatada por la Tramontana hacia un abismo y la mano de Ramón no llega a poder salvarla. Este periodo, confuso, traumatizará a Ramón de por vida. En el fondo no sabe si hizo algo por salvarla o, en el fondo, deseaba su muerte. Por fin, pasan los años y la historia se repite. Ramón que, como le sucedió tras la muerte de Elisa, no ha hecho nada por conocer a Carlota, se la topa ya en el frisar de los años adolescentes y se enamora de ella. Carlota cae también en la trampa de su encanto. Pero esta vez, las historias confusas que se cuentan sobre la muerte de su madre llegan a sus oídos. Atormentada, romperá con Ramón y le expulsará (el abuelo Mateo ya ha muerto) de la masía, del paraíso.

Esta es la trama de la novela, y está desarrollada con gran sensibilidad. Las escenas eróticas, que son abundantes, están tratadas con estilo y profundidad, sin caer en lo chabacano ni en lo explícito. Hay como un aura de intemporalidad en todo el libro, pues las historias de las tres mujeres son bastante intercambiables y a veces es sólo una referencia aislada la que da la pauta de que el tiempo va pasando. A Elisa la deja embarazada un joven con motocicleta, cuando viajan a la costa Ramón, Miguel y Sofía, lo hacen montados en un Seiscientos, y poco más.

Carlota va descubriéndolo todo a retazos, en furtivas visitas al desván, en conversaciones fragmentarias. Descubre un día, por ejemplo, una carta remitida desde Jaisalmer, en la cual Ramón, cauterizado el recuerdo de Elisa, pide a don Mateo volver a ocupar la plaza de jardinero.

Mateo, que ha sufrido tanto por la muerte en plena juventud de su esposa e hija, se ha propuesto conscientemente que ellas vivan en la memoria de Carlota, lo que consigue:

"- Tu memoria es mi memoria. Tu olvido habría sido mi olvido. ¿Cómo habría sido mi vida, si no te hubieras acordado de ellas? Me imagino solo y triste, sin la posibilidad de hablar con nadie. Tú eres el ancla que me sujeta a la orilla de los recuerdos. Gracias a ti puedo recrearme. Volver a ellas una y mil veces. ¿No entiendes?" (página 61).

La relación de Ramón, el jardinero, con su jardín, es también poética. Es la crónica de una simbiosis, pues el jardín acusa los estados de ánimo de Ramón, sus ausencias.

La parte más sorprendente del libro es cuando Carlota rompe con Ramón y le expulsa del paraíso que para él es "su" jardín. Carlota, que se descubre como inconsciente imitadora de sus dos antepasadas (hasta se viste como ellas), decide romper la saga. Comienza por cambiar de "look". Para ella, como explica en la página 292:

"Otros piensan que la existencia es una línea que avanza, no se sabe bien hacia dónde. Son los que dejan atrás fragmentos de historia vivida. Yo creo que la vida es una espiral: avanza, pero se va y vuelve".

Espiral, por tanto y no círculo, no Eterno Retorno. Ascenso helicoidal, por lo que ella, en suma, debe vivir su propia vida y romper el maleficio. No atarse a Ramón, el jardinero, que además no es su contemporáneo y desechar también la posibilidad de esa muerte temprana a la que están condenadas sus predecesoras.

El acto de violencia que consiste en expulsar a Ramón, y del que prácticamente se arrepiente en el último momento, es con todo un acto de liberación. Es cierto que lo provoca la sospecha de que Ramón participó en la muerte de su madre o, al menos, no hizo nada por evitarla (y en todo caso la deseó, aunque fuera inconscientemente, como él admite ante Carlota), pero su funcionamiento simbólico es el de una catarsis. Carlota aparece condenada a repetir un rito antiguo y a seguir el camino de su madre y su abuela con esa especie de Minotauro del laberinto ajardinado que es Ramón. Y, aunque desecha la solución lineal, del avance, del progreso, escoge la ascensión del helicoide que de todos modos la lleva lejos. Su brazo, que se levanta no sabe si para despedir o detener a Ramón que marcha en un vehículo, es el último gesto: "Hay manos que se alargan hacia los demás, pero nunca adivinaremos su intención". Es el mismo caso del brazo de Ramón avanzando sobre su madre, Sofía, que cae al vacío, no se sabe si la empuja o pretende retenerla…

Si Ramón parece un egregor de la casa y del jardín y regresa allí tras su huida exótica, Carlota, preparada desde la infancia para ser la depositaria de los recuerdos de su madre y su abuela ("Las mujeres que hay en mí"), escapa del destino, rompe el círculo asciende un grado, avanza en su evolución personal.

Por lo tanto, Maria de la Pau se ha planteado aquí una serie de problemas que van más allá de la apariencia de una historia romántica contada, en líneas generales, bastante bien.

Hay, sí, algunos "chirridos". ¿"Volean" los delantales? (pág. 48). ¿Qué es una "sustancia de gelatina"? (pág. 71). Hay un "hiciste" y un "hiciera" separados apenas por dos líneas en la página 99. ¿Es "sobrero" sinónimo de innecesario? (pág. 151). ¿Se puede trazar la raya del pelo con compás? (pág. 189).

Pero ello no desmerece esta gran novela que se lee bien y que interesa hasta su intrigante final, que cuesta un poco entender en primera lectura, aunque –al menos como lo hemos interpretado– es perfectamente coherente.
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