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portada Las Llamadas Perdidas
Ficha del Libro:

Título: Las Llamadas Perdidas    comprar
Autor: Manuel Rivas
Editorial: Alfaguara
I.S.B.N.-10: 842046418X
I.S.B.N.-13: 9788420464183
Nº P´gs: 235


Las Llamadas Perdidas
por Antonio Ruiz Vega

  Manuel Rivas ha reunido aquí una colección de cuentos y sucedidos que recuerdan (algunos) a las historias de "Panizeiros" de Xuan Bello. Hay fundamentalmente dos tipos de cuento, uno más largo, donde se cuenta y desarrolla una historia, hay personajes, etc. y otros, más breves, apenas meditaciones a vuelapluma, prosa poética.

Como es sabido Rivas escribe en gallego (al menos sus libros literarios) y este, "As chamadas perdidas", no es excepción, si bien él ha sido su propio traductor.

Como no vamos a repetir las vaguedades de la contraportada (Mario Muchnick ha inventado un sistema para producir este tipo de literatura a través de la aleación combinatoria –a lo mejor quiero decir combinación aleatoria pero da igual, así también está bien– de tres columnas de tópicos, lo mismo que hizo Carandell en los sesenta para uso de ministros franquistas) diremos algo concreto de algunos de los cuentos que más nos han impactado.

"Nosotros dos", es la historia de dos amigos que deambulan en una Lambretta y que, más pequeños, se dedicaban a robar fruta. Dieron con un hortelano malas pulgas llamado Vións, y de cuyo carácter da idea la respuesta que le dio a su mujer en la noche de bodas, cuando ella, extática, le pedía más y más: "Sobran comentarios, Magdalena". Vións tenía un cerezo y lo cuidaba como las niñas de sus ojos y allá que fueron los dos amigos, aprovechando que Vións se había ido de caza con el gobernador. Le comieron las cerezas. Lo más gordo fue cuando, al regresar al otro día sorprendieron a Vións talando el cerezo:

"¡Vosotros dos, canallas! – gritó Vións- ¡Escuchadme bien! ¡Nadie, nunca más, volverá a comer mis cerezas! ¡Me cago en la infancia!"

Grito, este último, que deja pequeñito al mismísimo Millán Astray.

En "La mirona" el protagonista es el mar. Ese mar gallego que arroja a la orilla las cosas más variopintas, desde naranjas ("cosa que la mar no tiene", tal y como explica la conocida cancioncilla Vamos a contar mentiras), hasta televisores y vídeos, pasando claro por paquetes de rubio y botes de leche condensada. "La mirona" vio, de niña, a una pareja amándose en la playa, luego casó, pero el amor no le pareció igual a lo que había visto. En todo caso el marido murió pronto. Y ella regresaba, ya de anciana, a la playa, esperando encontrarse una escena de la misma intensidad de la que gozó de niña, pero nunca lo consiguió. Hasta que, muy mayor, la presencia. Luego los vio salir corriendo, a bañarse en el mar. Eran su nieta y su novio. "Pero no lo quiso creer. Ni lo cree. Los campesinos no se bañarían nunca en aquella playa tan peligrosa".

"El Héroe" está basada en los años de la lucha antifranquista, con lo que podemos decir sin miedo que Rivas habla de oídas, por razones generacionales. Quizá por eso habla de un panfleto hecho con impresora (¿), cuando lo que había eran rudimentarias multicopistas o ciclostiles, cuando no la pura y dura vietnamita (apenas un estarcido donde se pegaba un cliché, y las copias, una a una). El caso es que a Caronte, otro militante, Lanzarote, le propone nada menos que convertirse en héroe, es decir, inmolarse por la causa. Repetir la hazaña del peneuvista Elósegui que se arrojó en llamas a los pies del Dictador en Anoeta. A Caronte se le suponía el valor, pues había sido legionario en la ignota guerra de Ifni, así que compró la botella de gasolina y comenzó a mentalizarse para la cosa. Dice que va a ver a "una antigua novia" (la Muerte, según la canción legionaria), pero finalmente se lo piensa mejor. Entretanto el entusiasta Lanzarote se ha dado el piro...

"El Escape" es quizá la narración más enjundiosa, habla de un cuadro, de un desnudo que hay en Palacio Municipal de La Coruña. Es una hembra potente y algo culona, Simone Nafleux, y lo pintó una gloria local, Germán Taibo en su etapa parisina. Los protagonistas del cuento, Silvari y Chao son el uno una especie de maestro de ceremonias y el otro un subalterno. Ante la visita del obispo deciden ocultar el cuadro, y para no trasladarlo lo cubren con una celosía de flores. El día de la visita una corriente de aire las hace caer y el obispo se encuentra de sopetón con la cocotte...Estremecimiento general, pero el obispo de Santiago, a quien se describe como hombre sanguíneo, de orígenes campesinos, interpeló al alcalde:

" Pero ¿Por qué tenían tapada esta gracia de Dios?

En versión de Silvari, quizá más sutil, aquel generoso pastor habló de la "sombra de Dios", que, por lo visto, es el verdadero nombre de la luz."

En "La Duración Del Golpe", se habla del de Tejero visto por unos marinos gallegos desde el puerto de Nueva York. El práctico del puerto les espeta Franco comes back!

"Si estos vuelven
–dice Muñiz de Caramiñal– yo pido asilo. Me quedo aquí. ¡Que les den mucho por el culo!"

Y se acuerdan del tío Eduardo, que fue topo y que, cuando salió de su exilio interior, no se creía que Franco hubiera muerto. Que está vivo, debajo de la losa de Paracuellos. "Respira, toma chocolate, ve películas de Walt Disney, y, sobre todo, hace listas negras. Deja que media España se confíe para volver a aplastarla.

¡Ilusos! Sois todos unos pardillos. Os van a coger en las nubes ¡Cazar como conejos!"

En "La Confesión" se habla del conocido pecado de la solicitación, tan frecuente en los párrocos rurales.

Y "En El Lobo Y La Sirena" de cómo buscando un tornillo con un detector acaban descubriendo un baúl lleno de libros enciclopedistas bajo el césped. "Los debieron enterrar cuando la guerra", dice uno. Ahora bien ¿Qué guerra?

"La Medida Del Agrimensor", referencia sin duda al kafkiano de "El Castillo": un hombre se ve advertido por todos los vecinos de que una hiedra está sofocando, en su huerto, a un hermoso frutal. La hiedra, no obstante, va acorde con sus sentimientos, de una profunda tristeza, y no la corta. Lo hará un día.

"Al terminar la poda, sacudió el polvo de la sombra con las manos y en dirección al poniente. Los tentáculos de la hiedra formaban un montón informe esparcido por el suelo de la huerta. Nunca antes se le había ocurrido pensar, a él, al agrimensor, que la extensión de la tristeza de un hombre pudiese abarcar tantos metros cuadrados".

Para terminar "La Gasolinera", un cuento que podría firmar F.J. Satué, donde un empleado escucha un día sonidos extraños en una furgoneta, como gritos ahogados de alguien amordazado. El finge no oír nada, pero teme que en cualquier momento los patibularios conductores lo noten y le den mulé. Cuando llega, por fin, el jefe a relevarle, observa que tiene el pelo completamente blanco...

Un buen conjunto de narraciones cortas, donde hay algunas autobiográficas y otras que, como ya hemos explicado, no pueden serlo, sino historias escuchadas. Rivas, partiendo de una realidad local, muy concreta, consigue plantearse los temas universales de toda buena literatura A medio camino entre el cuento y la prosa poética es un conjunto airoso y que revela a un narrador de raza.
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