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portada Las Genealogías
Ficha del Libro:

Título: Las Genealogías    comprar
Autor: Margo Glantz
Editorial: Alfaguara
I.S.B.N.-10: 9681903668
I.S.B.N.-13: 9789681903664
Nº P´gs: 256


Las Genealogías
por Roberto Ángel

  En su libro "Las Genealogías" -mezcla de novela, ensayo y autobiografía, con exquisitas aristas de lenguaje poético-, Margo Glantz pareciera querer rescatar desde su estirpe algo, que como bien señala, “…es mío y no lo es y parezco judía y no lo parezco…” (Glantz, 21). Cómo logra desenterrar aquello que le pertenece, pero que está dormido; cuáles son sus estrategias personales y literarias para lograrlo; y qué trae arrastrando consigo este carruaje de desbocados caballos que es su linaje, preguntas que con buen anhelo pretenderemos responder.

En "Las Genealogías", Glantz utiliza dos conceptos que son fundamentales a la hora de reencontrarse con su pasado: la cotidianidad y la memoria, conceptos que a su vez, van de la mano con el tema principal del libro: el hecho de haber nacido de padres judíos (eternos errantes) e inmigrantes rusos en México.

En la primera mitad del libro, Glantz intercala el relato de la cotidianidad con el de la memoria. Conversaciones con sus padres van ligadas al diario vivir con ellos: almuerzos y onces en donde la comida es un factor relevante (tal y como señala en su trabajo Territorios de lo Cotidiano Adriana Kanzepolsky) en donde no pueden faltar los dulces pastelitos, strudls y blintzes en sus diálogos.

La comida posee la particularidad de revivir aquella época pasada y como bien dice Glantz, “sin cocina no hay pueblo” (Glantz, 139). Aquí es donde se une cotidianidad y memoria. Al relatarnos el diario vivir con sus padres, al mostrarnos tan tierna y amena cada imagen y escena, al escribir casi sin intención literaria las conversaciones [de hecho Glantz señala: “La conversación es de sobremesa y la comida ha sido familiar. Los diálogos van y vienen de quién sabe qué bocas. Los transcribo”. (Glantz, 145)], ella logra que leamos casi sintiendo que estamos viviendo la época de Jacobo y Lucía, permitiendo que aquello que es actualidad (el día a día con sus padres) se extrapole tanto hacia el pasado, recreando, por medio de la comida, lo que fue, como hacia el porvenir, transformándose este presente en tradición futura, en peldaños que pronto deberán escalar sus propios descendientes.

Los diálogos cotidianos con sus padres van intercalados por las historias que en ellos se van relatando. Si ya al leer el actual diario vivir de la familia Glantz la autora logra que nos traslademos en gran medida a su pasado genealógico, es por medio de estas historias que Glantz logra completamente su propósito: fijarnos en el mundo judío-extranjero-inmigrante de sus padres.

Esto lo logra por medio del recuerdo, diálogos que son creados mediante la memoria, la cual poco a poco, como si fuera un fino líquido unificador de trazos, va pegando y recomponiendo un pasado de vidrio roto que está esparcido en el comedor de los Glantz.

Esta memoria la observamos como un proceso en el cual poco a poco van imbricándose los trozos de recuerdo, para llegado el momento sea posible estirarlos y recomponer el cristal roto. Todo esto conlleva un trabajo, no es posible de una página a otra reordenar el cuadro (que por lo demás nunca es posible pintarlo del todo), sino más bien, tal como dice Yasha, padre de Margo, “yo te voy a preparar algo, tengo que recordar, no se puede hablar así como así…” (Glantz, 101), como si la memoria estuviera dentro de un profundo pozo y, escarbando en él, se lograra encontrar el recuerdo perdido.

Gracias a todas estas remembranzas entrelazadas, Glantz va recomponiendo gran parte de la identidad de su familia: “la memoria se desplaza, se subordina al olvido, se liga a la identidad y todo da la vuelta”. (Glantz, 163). En esta eterna rueda de recuerdos, lo que logra rescatar Glantz es el conjunto de rasgos de lo que fueron sus padres: judíos rusos inmigrantes en México.

Glantz nos muestra en estos recuerdos el doble exilio que debieron soportar sus padres en su primera época como pareja: por una parte el hecho de ser judíos, tanto en Rusia como en México, y por otra su vida de rusos en México, añorando la vida rusa.

"¿Qué es ser judío?", parece preguntarnos Glantz en su libro, a lo cual Jacobo quisiera responder: “Yo vengo de una calle que no tiene nombre…” (Glantz, 167), en la primera poesía que escribió al llegar a México. "¿Cómo preservo esto que soy y no soy a la vez?", continúa Margo. Ya que la comunidad hebrea carece de una patria fija, siempre perseguidos y constantes inmigrantes, la autora de Las Genealogías quisiera contestarnos que tan sólo en la memoria es posible hallar la patria de los judíos, tan sólo por medio de la tradición que han conservado es posible hallar el “territorio que nunca les ha pertenecido, pero que sin embargo en algo fue suyo.” Así, pareciera que los judíos fueran un cierto tipo especial de exiliados, ya que por una parte están continuamente añorando aquello que quizás alguna vez tuvieron y por otra, saben que es sólo mediante su tradición que podrán recuperar su lejana patria.

Margo Glantz reconoce que sus padres ya han dejado muchos de los ritos judíos y que ella misma es casi una mujer que no tiene mucho que ver con la tradición. Pese a esto, en el libro podemos apreciar una extraña fuerza que incita a esta mujer Glantz a desenterrar y revalorizar su antiguo linaje judío. Creemos que es la heroica y triste historia judía [“los judíos son llorones y las judías aún más" (Glantz, 204)] lo que ha llevado a Glantz ha sentirse compelida, primero, e impelida, después, a revivir toda su tradición, llegando incluso al punto de declarar: “Alguna vez yo fui sionista. Y lo fui durante mis mejores años…” (Glantz, 199). La heroicidad incita, el dolor (de un pueblo), aún más.

Por otra parte, todo viaje conlleva tras de sí una nostalgia; viaje de corta duración, melancolía pequeña; enormes cantidades de tiempo lejos de nuestro país, gigantes añoranzas que van curtiendo el corazón. Los Glantz viven en el recuerdo y éste no se representa tan sólo como la añoranza de una raza judía en las paredes de México, sino también como remembranza de un país y costumbres que han dejado atrás y que tal vez no vuelvan a poseer: costumbres de la vida rusa.

El sentimiento de exilio y soledad es tan poderoso en Lucía que, paradojalmente, casi recuerda con nostalgia las tibias persecuciones y los claros rechazos de la comunidad antisemita rusa en contra de los judíos, antes del deplorable exterminio nazi: “Siempre tenía (en Rusia) mucho antisemitismo, ahorita también allí, como de costumbre, ¿no?, mucho antisemitismo…” (Glantz, 235), a lo que Margo comenta: “Casi podría decirse que la dicotomía formaba parte de una atmósfera esencial que al desaparecer ha dejado una profunda marca en la conciencia…” (Glantz, 236).

Pero este sentimiento de soledad es tan grande que incluso permite que se produzca una paradoja tal vez aún mayor: al igual que Aquiles y Príamo son enemigos en Troya, pero grandes compañeros en el dolor, así también en este nuevo país en el cual desean tener una nueva vida Yasha y Lucía, en este México de los años 30`, rusos judíos, rusos cristianos, rusos antisemitas, rusos-rusos, logran zanjar sus diferencias y conviven en paz y solidarizando en este nuevo país, gracias a su misma experiencia de inmigrantes.

¿Será posible que todos los problemas, todas las paradojas, todas las relaciones entre distintas comunidades de pueblos no sean más que una consecuencia de las relaciones de poder? En Rusia los poderosos eran los rusos antisemitas, quienes humillaban a lo judíos. En México, en cambio, rusos antisemitas y hebreos ostentaban el mismo poderío y así, sencillamente, ya se hermanaban entre sí. Pregunta que tal vez no tenga una simple respuesta y que tal vez una clave para dilucidarla sea aquel extraño sentimiento de solidaridad que se produce entre personas que poseen el mismo origen y que permanecen de inmigrantes o exiliados en territorio común.

Para terminar, Glantz finaliza sus genealogías y señala: “ante mí contemplo mi medio siglo como Napoleón contemplara las pirámides cuando estuvo de paso por Egipto…” (Glantz, 232), es decir, le pertenecen, pero a las sabe que no son suyas. Creemos que tal vez, por medio de la cotidianidad con su familia y mediante la recuperación de una memoria fragmentada, Margo Glantz finalmente haya recuperado, sino para siempre, sí por ahora, sus pirámides, sus genealogías.
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