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| La Fuente De La Vida
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| por Lorena Jiménez
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'Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma, Dios mío' (Salmo 42, 2).
Con este salmo, calificado por el propio autor como uno de los más bellos que se recogen en La Sagrada Biblia, empieza este libro, en el que la palabra 'agua' y todo lo relacionado con ella adquieren un significado especial: fuentes, lagos, mares, cisternas, ríos… Y adquieren ese significado no solo por ser continentes de ese elemento líquido tan importante para mantener la vida en nuestro planeta, sino también por ser símiles o reflejos de esa otra agua no menos importante, en esta ocasión para el espíritu como es la fe en Jesucristo.
En estos tiempos en los que por diversas circunstancias sociales, políticas, históricas,…la virtud de la fe no está pasando por uno de sus mejores momentos en cuanto a personas que siguen manteniéndola, este libro constituye un soplo de aire fresco. Lo es porque constituye una llamada a un intento de recuperarla, una reflexión de la importancia de reencontrarse con ella o de mantenerla, según el caso. Podría calificarse incluso de una “regañina” de un padre que ve como sus hijos se van desviando poco a poco del camino, y les insta a que vuelvan a él.
Si pensamos en una regañina, a todos nos vienen a la cabeza palabras malsonantes, malas caras, enfados, expresiones enérgicas…pero en esta 'regañina' es todo lo contrario: todas las expresiones son dulces, tranquilas, blandas, similares a las que pronunciaría un padre que regaña dulcemente a sus hijos porque los ama y sólo quiere el bien para ellos. En este caso el bien espiritual y de corazón. Y ese amor se puede inferir de las palabras del autor, demostrando el gran amor que profesa hacia Jesucristo, y que se trasmite al que lo lee dando una gran tranquilidad…por eso decía antes lo de 'soplo de aire fresco'.
Aparte de este aspecto antes mencionado, de este libro se puede extraer también que además del aspecto puramente religioso por todos conocido que encierra La Sagrada Biblia, este libro encierra una gran riqueza artística, siendo mucho más que la pura narración de la Historia del pueblo de Israel. Basta simplemente con los ejemplos que el autor nos pone a lo largo del libro, seguidos de un detallado análisis y mostrando la gran riqueza de matices y que este libro encierra bajo sus palabras muchísimo más que lo que simplemente extraemos de su lectura, por lo que puede resultar adecuado para aquellos que estén interesados en saber un poco más del libro más leído del mundo.
Un último apunte: el autor comparte con nosotros algunas de sus experiencias personales, adquiridas durante los años de su ejercicio como sacerdote y tratando a sus protagonistas con el máximo respeto. Con estos ejemplos se da ese toque final al libro y se demuestra de nuevo que aparte de la sed del cuerpo, el hombre tiene también sed de alma, del espíritu. Esta sed puede pasar desapercibida o estar ignorada durante meses, años, durante toda la vida incluso, pero al final acaba por aparecer por un hecho que la acaba despertando. Y este libro demuestra también que Jesucristo está ahí siempre, esperando con ese cubo de agua fresca y cristalina para aplacar esta sed y llenarnos de frescura.
“Le contestó Jesús: 'El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, pues el agua que le daré se convertirá dentro de él en manantial que brota dando vida eterna.' (Juan 4, 13-14). |
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