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portada Gladiadores
Ficha del Libro:

Título: Gladiadores    comprar
Autor: Daniel P. Mannix
Editorial: Nowtilus
I.S.B.N.-10: 8497631412
I.S.B.N.-13: 9788497631419
Nº P´gs: 224


Gladiadores
por Sara E Rodríguez

  El cine norteamericano ha sabido explotar el recurso de los gladiadores. De hecho, Hollywood supo explotar muy bien todos los géneros cinematográficos, y el Peplum fue uno de los favoritos. Buena muestra de ello son los títulos “Demetrius Y Los Gladiadores” (1954), "Espartaco" (1960) de Stanley Kubrick, o el último éxito de Ridley Scott “Gladiador” (2000). Precisamente un actor llamado Pilades le dijo desdeñosamente a César Augusto: "su puesto depende de cómo mantengamos al populacho entretenido".

Los primeros combates de gladiadores datan del 530 a.C., y se celebraban en Tarquinia, zona de Etruria. De ahí pasaron a Roma, donde ya se documentan en la época de la República. En el año 264 a.C. se celebraron combates entre tres gladiadores para conmemorar el funeral de Juno Bruto. En Hispania en el año 206 a. C., Cornelio Scipión "El Africano" celebró los primeros juegos de armas en honor de su padre y su tío, ambos muertos hacía poco. Pero nada hacía presagiar que estos espectáculos se convertirían en las carnicerías que acabaron siendo. En Pompeya se alardeaba de la muerte de 10.000 hombres durante el curso de ocho espectáculos. Después de la victoria de Trajano sobre los dacios, 11.000 animales fueron masacrados por bestiarios, gladiadores especializados en luchar contra animales. De hecho, se inventó cualquier forma imaginable de torturar o de matar hombres, mujeres o niños para divertir, impresionar y aplacar al populacho romano.
Esto no podría pasar ahora”, decimos ahora. El pueblo romano soltaba risas ante la visión del espectáculo caníbal en el que seres humanos eran desgarrados por animales salvajes, quemados vivos, descuartizados o crucificados. Pero, como señala Michael Stephenson en la introducción de este volumen, "sólo necesitamos asomarnos a las cámaras de gas, los campos de la muerte de Camboya, las fosas comunes de Ruanda y de Kosovo, para darnos cuenta de que el populacho está siempre con nosotros, siempre pidiendo más sangre".

"Soportaré ser quemado, herido, golpeado y asesinado por la espada". Estas palabras encabezan el juramento de cualquier gladiador romano, en ellas se encerraba toda una filosofía vital que orientaría las acciones de unos hombres dedicados en cuerpo y alma a la supervivencia.

Juvenal escribió amargamente: "al pueblo que ha conquistado el mundo ahora sólo le interesan dos cosas: el pan y el circo". Los juegos, que venían a costar un tercio de los ingresos totales del imperio y que necesitaban miles de animales y de hombres cada mes, empezaron como festivales no más sangrientos que cualquier fiesta de pueblo.

En los lejanos tiempos en los que los juegos eran meras competiciones atléticas no existían aún los combates de gladiadores. Los gladiadores se introdujeron por accidente. Dos hermanos llamados Marco y Décimo Bruto quisieron celebrar un funeral realmente especial a la muerte de su padre. Los hermanos eran patricios adinerados, la clase alta de Roma, y para ellos ofrecer ritos funerarios excepcionales por los parientes muertos era una obligación social fundamental. Para ellos, las procesiones habituales, los sacrificios de animales o las plañideras no eran suficientes, pero Marco tuvo una idea. Los hermanos se convirtieron en los hombres más populares de Roma por haber organizado un espectáculo tan ameno.

En la época republicana de Roma los notables pagaban abundantes sumas para contratar los servicios de estos hombres. Incluso el propio imperio potenció y ensalzó la figura del gladiador (habitualmente eran esclavos, reos de guerra o condenados por delitos graves), convirtiéndolo en un "semidios" al que se le otorgaban presuntos poderes mágicos; incluso se llegó a pensar que su sangre curaba determinadas enfermedades como la epilepsia.

La colección Breve Historia, dirigida por Juan Antonio Cebrián (conocido por su espacio radiofónico “La Rosa De Los Vientos” en Onda Cero), nos descubre en esta obra, escrita por Daniel P. Manix la historia de los gladiadores y sus protagonistas. Probablemente el auriga más famoso fue un hombre pequeño, moreno y nervudo, llamado Diocles, que tenía pasión por los caballos y la ropa. Los romanos nunca olvidaron la lección que aprendieron en el 72 a. C. cuando un gladiador llamado Espartaco, junto a setenta compañeros, escapó de la escuela y se refugiaron en el Cráter del monte Vesubio. Bajo la dirección de Espartaco, esta banda de proscritos derrotó a dos generales romanos y se apoderaron de todo el sur de Italia. Casi iban a conquistar la propia Roma cuando fueron exterminados por las legiones enviadas con urgencia desde las fronteras.

Lamentablemente, no han perdurado las memorias de estos gladiadores. Sin embargo, nuestros conocimientos sobre el tema son amplios gracias a los escritores romanos, como Suetonio, Marcial y Tácito, que nos describieron los combates con todo lujo de detalles. Y ahora gracias a este volumen que publica la Editorial Nowtilus, el lector descubrirá más sobre estos míticos luchadores que combatían con el único objetivo de divertir y entretener al pueblo romano.
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