comentarios de libros agapea.com
ir a la home
ir al listado de comentarios
ir al listado de entrevistas
ir al listado de articulos
ir a contacto
ir a ganadores sorteos
ir a articulos de enigmas pendientes
ir a articulos de psicologia
ir a articulos de literatura
  
portada Esplendor De Portugal
Ficha del Libro:

Título: Esplendor De Portugal    comprar
Autor: António Lobo Antunes
Editorial: Siruela
I.S.B.N.-10: 8478445483
I.S.B.N.-13: 9788478445486
Nº P´gs: 424


Esplendor De Portugal
por Antonio Ruiz Vega

  Porticado por las estrofas del himno nacional portugués, que hablan, como todos los himnos, de sentimientos heroicos y nobles y exhortan al "noble pueblo a reconquistad hoy de nuevo el esplendor de Portugal", este libro es la enrevesada crónica de la aventura colonial angoleña, y su difuso final, visto desde los ojos de una serie de personajes que conforman una familia de colonos portugueses a lo largo del siglo pasado.

Como sucede en los libros de Lobo Antunes, el fraccionamiento narrativo, la visión caleidoscópica donde son tantos los puntos de vista y tan escasas las referencias temporales o espaciales, resulta un poco difícil seguir la ilación de los hechos, aunque supongo que eso es lo que se pretende, ofrecer la realidad en estado bruto, simultánea, no como un "continuum" aprensible.

Junto a la acción que transcurre (y eso es mucho decir) en Luanda (Angola), hay capítulos intercalados donde algunos personajes, ya abandonada África, viven ya en Lisboa, pero siempre con el recuerdo permanente de la aventura vivida, contaminados por él.

La familia está formada por un matrimonio formado por Isilda y Eduardo este último un alcohólico que apenas participa, que lo ve todo desde fuera, desde su nube de alcohol y sus hijos, sobre todo Carlos, que en realidad no es hijo, salvo que lo sea natural, lo que no queda claro del todo, porque doña Isilda lo compró a su madre, una negra, pero el niño es completamente blanco. Otro hermano, Rui, es epiléptico y hay, por fin, una hermana: Clarisse. Todos ellos irán contando su vida en capítulos alternados, usando sus propios puntos de vista.

En la plantación las cosas se deterioran con la guerra y finalmente todo salta en añicos cuando las tropas rebeldes, cubanos incluidos, la usan de cuartel durante un tiempo. Los hijos ya han marchado, el marido murió, pero Isilda, medio loca, sobrevive en las ruinas de la plantación.

Cuenta doña Isilda que su hijo Carlos, el bastardo, de pequeño pensaba que el corazón de la casa era un viejo reloj de pared y que la casa moriría cuando se parara, pero ella, por su parte, nota que la casa muere "cuando los muertos comenzaron a morir". Porque antes los muertos, enterrados juntos los negros y los blancos en un recuadro de la plantación, tenían una vida sui géneris, hablaban, contaban historias, que su padre le pedía que no escuchara. Pero de pronto, un día, las voces se callaron para siempre y ella supo que la quinta, la casa, la plantación, habían muerto. Poco después llegaron las tropas revolucionarias que la trataban a ella, a doña Isilda, de Camarada....

Y le quitaron la cama para dormir ellos. Esos rebeldes a los que desprecia y que tiene por lacayos de cubanos y de rusos y de los que dice que saquean a los portugueses que vuelven a la metrópolis quitándoles sus álbumes de fotos, para inventarse parientes blancos:

"Mi tío era blanco, mi abuelo era blanco, fíjate, hermano...".

Estos rebeldes que plantan yuca en los charcos del arroz y que guisan ratas en la terraza y obligan a su cocinera, María da Boa Morte, a guisarles golondrinas para cenar y se ponen a escribir informes de guerra en su boudoir, tirando al suelo sus potingues de belleza...

Esta casa es del gobierno, camarada.

Y los negros no son mejor persona que los blancos. Isilda explica que su abuelo se lo advirtió, cuando ella intentaba intimar con alguno:

No seas tonta, no te hagas ilusiones. Te detestan.

Y cuenta el caso de su prima, que tenía un fidelísimo criado y cuando vino la independencia le dijo, en broma, "Anda, ahora que vosotros mandáis, no me mates". Y el negrito le dijo, perfectamente serio: "Quédese tranquila, que he quedado con el criado de la señora del sexto en que yo mate a su patrona y él la mate a usted".

El hermano de Eduardo, el acoholizado marido de doña Isilda, dio en loco y repartió su tierra entre sus negros e iba por ahí predicando la igualdad racial, pero los propios negros lo despreciaban o se burlaban de él:

Al patrón le gusta gastar bromas.

El caso es que doña Isilda descubrió a Carlos, completamente blanco, en un galpón infecto, recién nacido, y lo compró, queriéndolo como a un hijo y en algunos aspectos más que a sus hermanos. Y Carlos creció como blanco hasta que un día su nodriza, María da Boa Morte, quizá algo soliviantada por la revolución, se lo dijo a las claras y ya nada fue igual.

"Tú eres negro".

Años después, en los noventa, Carlos vive en Portugal, casado con una negra, Lena, pero las cosas no van bien y él especula con separarse, mientras recuerda el episodio, cuando tenía siete u ocho años y asumió su paradójica negritud. El piso donde viven, heredado de sus padres, es tan diminuto que él no puede menos que hacerse ilusiones de tenerlo para él sólo.

"(...) no quiero saber nada de Angola, no me habléis de Angola, dejadme en paz con Angola, hace siglos que Angola, palabra de honor, acabó para mí".

Finalmente es Lena quien se marcha, con excusas increíbles, para no regresar. Y Carlos descubre que, después de todo, el piso sigue igual de diminituo y además está sólo, que pronto habrá polvo en los anaqueles, que la ropa sucia se acumulará en un rincón, etc.

Y, es entonces, escarbando en los recuerdos, cuando se entera de que es hijo bastardo de su propio padre, que por eso es casi totalmente blanco, aunque hijo de una negra.

(El drama del mestizaje: despreciado igualmente por negros y por blancos).

Por lo demás toda la familia era bastante extravagante. La propia doña Isilda era la amante notoria del jefe de policía local, que se la tiraba en fétidos muebles y la paseaba ostentosamente delante de sus amigos, muchos de los cuáles lo eran también del matrimonio y ponían los ojos en blanco. Y la hija, Clarisse, se tiraba a un contable negro, de Sâo Tomé, en el pajar siempre que podía, aunque sus hermanos la descubrían de vez en cuando y volvía a casa con briznas de paja y semillas de girasol en el pelo...

Dice doña Isilda:

"Mi padre solía explicar que lo que habíamos ido a buscar a África no era dinero ni poder sino negros sin dinero y sin poder alguno que nos diesen la ilusión del dinero y del poder que aunque los tuviésemos en realidad no los teníamos por no ser más que tolerados, aceptados con desprecio en Portugal (...) que en cierto modo éramos los negros de los otros de la misma forma que los negros poseían sus negros y estos sus negros también en grados sucesivos bajando al fondo de la miseria, tullidos, leprosos, esclavos de esclavos, perros (...) Mi padre solía explicar que lo que habíamos ido a buscar a Africa era transformar el castigo de mandar en lo que fingiamos que era la dignidad de mandar". (Sirva esta meditación de modelo para otros colonialismos "bizarros" como el español norteafricano –y guineano– a los que –pienso– si se les echaran las cuentas descubriríamos que nos costaron muchísimo dinero, pura terapia ocupacional para las élites del momento y para el estamento militar).

Porque su nivel de vida nunca era comparable al de un europeo y, además, el dinero africano no valía, una vez en la metrópoli. El ejemplo: el chivetín donde vive Carlos en Ajuda (Portugal), adquirido con lustros de explotación colonial.

Pero acabaron cogiendo cariño a la tierra y es por eso que Isilda decide quedarse allí, pese a la revolución, pese a la independencia....

Hay, por tanto, una cierta grandeza en la melancólica decadencia de estos portugueses que se aferran al pasado colonial, sobre todo en contraste con el monstruoso cafarnaúm de la descolonización. Con los portugueses, sobre todo los más pobres, saliendo a escape sin poderse llevar prácticamente nada. Con otros perseguidos hasta la muerte, como el jefe de policía, amante de doña Isilda al que nadie quiere subir a un barco de los que parten y que se esconde, con sus medallas, con sus certificados, en el tronco de un árbo, donde le encuentran y lo ejecutan.

Carlos, el mestizo, se deshace de sus hermanos (a Rui, el epiléptico, lo interna en un hospital y deja de pagar sus gastos), y malvive en el cuchitril de Ajuda, desnortado, ni de aquí ni de allí, refugiándose en el mundo de la niñez, de los recuerdos. Un mundo traidor que, como dice el texto de la contratapa, es "inventada, como todas las infancias".

La descripción de este mundo en implacable deterioro no está aquí aliviada en absoluto por esperanzas de ninguna mejora. Ya hemos visto que los negros no son mejores que sus amos y los mercenarios, belgas o cubanos, no son mas que condotieros en busca de botín y emociones fuertes. El esplendor brilla, por lo tanto, por su ausencia.

Y la vista no reconoce, y esto puede decirse de todas las novelas de Lobo Antunes, nada noble o elevado en qué posarse. Ni un solo personaje consigue sernos simpático, todos tienen miserias morales y en ellas se complacen. Es una mirada desencantada, sin concesiones, la que se abate sobre un panorama de ruinas. Un mundo que sería condenado sin remisión por un Jeová tonante porque no ya diez, ni un justo, podría salvarlo...
Imprimir comentario  /  Enviar por email
Otros Comentarios Del Mismo Autor/a
1 - Tratado De Las Pasiones
2 - Manual De Inquisidores
3 - Libro De Crónicas
4 - Las Naves
5 - La Muerte De Carlos Gardel
6 - Fado Alejandrino
7 - Exhortación De Los Cocodrilos
8 - En El Culo Del Mundo
9 - El Orden Natural De Las Cosas
10 - No Entres Tan Deprisa En Esa Noche Oscura

Este libro aún no tiene votos.
¡¡Identificate y sé el primero en votarlo!!

Aún no hay comentarios.