|
Diálogo Sin Cuerpos
|
por René Rodríguez Soriano
|
|
El agua como el ojo es luz que moja los cuerpos. Como la ventana, uno mira a través de ellos, no con ellos. La sed es otra cosa: temblor que irriga el iris, la retina; leer a pecho abierto la relampagueante claridad que nada en las aguas del poema; "deshojado temblor que se adelgaza y arde como ascuas" en las manos, en la piel. Si es que uno sale ileso de la pista, luego de danzar o leerse en este "Diálogo Sin Cuerpos" (Ángeles de Fierro, 2003), al que nos invita Sally Rodríguez desde las páginas de su libro más reciente.
Aún lloro aún tengo abiertos los brazos y los ojos cerrados, buscándote (Pág. 13)
Como los pies de una misma ballerina, orientados hacia ambos lados de la eternidad, bailan pegados la poesía y el razonamiento, paralelos que jamás se tocan. Adversos milagros de un mismo jaez; escarceos entre la razón y el sin sentido: la unión de los contrarios que, normalmente estalla o pira en las inexpertas manos del comentarista que confunde el vértigo con las anfetaminas. Es tan real y certero el juego en ese templo desacralizado que palpita en la poesía de Sally.
Soy mujer como la noche abierta en vientos (Pág. 39)
El cuerpo no es un placebo que se exhibe en el escaparate de las muñecas Barbie. Es todo lo que no es ni ha sido jamás: el que nace de su propia ausencia, como una pincelada en el vacío. Un latido que se zumba las aburridas coordenadas de las normas y los estereotipos (la excepción es el goce, también en su anterior, "Luz De Los Cuerpos", 1985).
Dibújame acostada otoño adentro espalda que se extiende en oleaje de tus manos (Pág. 20)
¿El lugar más erótico de un cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre? - se preguntaba Barthes en "El Placer Del Texto"; y luego se respondía: "es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón o el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición-desaparición".
Abierta está la noche en mí Yo me cierro y contengo el oleaje que me devuelve siempre (Pág. 44)
Sin alharacas, en la casi santa paz de una alejada aldea, enarbola Sally Rodríguez su lámpara apagada para oficiar en los predios de un poema que, si no moja, empapa. Y, sobre todo, se interroga sin cesar sobre su propia naturaleza. A mí, alelado lector de los del número, no me compete entenderla ni recetársela a nadie, con sentirme aludido en la más simple de sus elusiones, estoy más que pagado. "Diálogo Sin Cuerpos", más que un libro, es un lienzo que me ilumina con su música.
¿Dónde están mi cuerpo las ventanas los ojos que no miran? (Pág. 12)
|
|