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portada Desaparecidos De La Guerra De España (1936 - ?)
Ficha del Libro:

Título: Desaparecidos De La Guerra De España (1936 - ?)    comprar
Autor: Rafael Torres
Editorial: La Esfera De Los Libros
I.S.B.N.-10: 8497340795
I.S.B.N.-13: 9788497340793
Nº P´gs: 295


Desaparecidos De La Guerra De España (1936 - ?)
por Antonio Ruiz Vega

  Tras el éxito de "Los Esclavos De Franco", Rafael Torres aborda aquí el tema de las desapariciones de todo tipo que provocó la Guerra Civil y que, durante demasiado tiempo, permanecieron irresolutas. Como se reitera en estas páginas, fue el éxito de un programa televisivo (¿Quién sabe dónde?, de Paco Lobatón) concebido con fines muy distintos el que reveló la existencia de un drama colectivo que hasta entonces no había encontrado ningún cauce eficaz de solución.

Rafael Torres ha usado aquí un tono periodístico, de reportaje y no ha pretendido hacer una obra exhaustiva ni totalizadora. Este planteamiento light es el que ha hecho posible que en breve tiempo el libro alcance su segunda edición. Por otra parte hay una evidente toma de postura pro-republicana, aunque se dediquen amplios espacios a la "otra" represión y a los "otros" republicanos. La diferencia, y en eso hay que coincidir con el autor, es que los desaparecidos nacionales tuvieron, al fin de la guerra, todas las facilidades para "aparecer" o, al menos, ser identificados allá donde fueron ocultados.

La toma de postura a la que nos referimos es la bastante conocida y general de tomar el levantamiento del 18 de Julio como una asonada militar contra un gobierno "legítimamente constituido" lo cual, a la vista de los levantamientos de Asturias y del Baix Llobregat contra los gobiernos no menos "legítimamente constituidos" de la derecha, hay por lo menos que relativizarlo, y eso por no entrar en el clima absolutamente enrarecido en el que se celebran las elecciones de febrero del 36 que dan el poder, no a un "gobierno moderado" como dice el autor, sino a uno del Frente Popular. Tampoco la defenestración del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora y su substitución por el beligerante Manuel Azaña (que jamás podía ser admitido como Jefe del Estado por la derecha), podemos decir que contribuyera a la general concordia. No digamos nada de la muerte de Calvo Sotelo aunque es cierto que el golpe estaba ya armado desde mucho antes.

Pretender justificar la represión republicana con el argumento de que "no es lo mismo atacar que defenderse" (página 19) no es tampoco de recibo.

Una regla general de toda argumentación dialéctica es –o debería ser– el no acusar a nadie de una cosa y de la contraria a la vez. Y eso es lo que hace Rafael Torres al hablar de los "niños de la guerra" y de los denodados intentos de la Falange Exterior por recuperarlos donde pudo. De las gestiones de sus miembros, que hoy conocemos por los archivos, se deduce en cualquier caso que estos niños estaban siendo sometidos, en sus lugares de auxilio, a una adoctrinamiento abusivo (lo que no justifica, claro, el de signo contrario que iban a recibir en cuanto volvieran a España). Así en la página 40 se habla de los niños Domingo Galán y Concepción Leonard, asilados en Francia en un centro dirigido por un tal Sr. Comas. Domingo tenía su cuarto "adornado con hoces y martillos pintados por él". Concepción "sobre el pijama lleva pintados la hoz, el martillo y UHP". En el hospital Fauxbonne los niños no podían decir ni "Adios" (por ello han sido reprendidos delante de mí), sino "Salud, camaradas". Por todos lados se ven la hoz y el martillo. Piénsese que esto sucedía en la democrática Francia, que no pasaría en la Rusia estalinista. Y páginas adelante se recoge el caso de un menor (claro que la mayoría de edad se establecía entonces a los 21) español capturado por los finlandeses, alistado entre las tropas rusas que invadieron este país pocos meses después de terminada la guerra civil. (Pág. 67).

Es evidente que esperar del bando vencedor otra actitud que la que tuvo sería pedir peras al olmo, pero dentro de su sistema de valores, no veo porqué hay que dudar que su interés en "recuperar a esos niños para España" fuera sincero. Escribe el delegado nacional de la Falange Exterior (pág 43): "Creo que sería un éxito trasladar a estos chicos a España y que nuestras juventudes les hicieran un recibimiento de verdaderos hermanos".

El autor pone en cursiva (pág 46) el que la Falange exterior recurriera sin miramientos a medios extremos, alarmado sin duda, pero hay que señalar que en el mismo oficio se especifica "Si el menor está dispuesto a regresar a España".

En la página 62 se recoge (aunque apostillando "excepcionalmente") el caso de un niño repatriado y que, al averiguarse que su única familia –su padre– estaba en Francia, se le devolvió a este país.

Se estigmatiza a la "recuperadora" vocacional Matilde Fernández de Henestrosa que trama algunas recuperaciones rocambolescas y se le afea la conducta por intentar la del hijo de María Etchecopar, pese a que le había dejado a cargo de un hombre, que no era su padre, y que "le pega unas palizas tremendas cuando lo tiene con él". En fin, se trata de hacer una lectura sacada del contexto de un comportamiento que, por lo que se trasluce, no debió de ser tan maquiavelico. Otra cosa es que, dada la fuerte ideologización de la época, fuera posible cualquier otra actitud, incluida la puramente humanitaria que hubiera sido la única deseable. Pero esperar eso, en aquellos años, es pura ucronía.

También pasa el autor como sobre ascuas sobre el hecho ominoso de que muchas de las iniciativas de recuperar la memoria histórica, tan tardías, estén teniendo lugar en estos mismos años, y no lo hayan sido durante los 14 que gobernó la izquierda… Al silencio anterior, al de los gobiernos de la UCD cabe criticarlo todo lo que se quiera, pero el del socialismo resulta todavía más bochornoso y debería plantear muchas dudas sobre su significado.

Insólito –por lo menos– es que se censure a Moscardó por "poner en riesgo a su hijo Luis" al no entregar el Alcázar, sin decir ni palabra de quienes recurrieron a tan innoble chantaje y encima lo cumplieron. Esto es ya rizar el rizo. No es necesario retorcer así las cosas pues el hecho escueto de que los 200 rehenes republicanos que se encontraban en el Alcázar de Toledo nunca aparecieran y fueran presuntamente fusilados es ya lo suficientemente grave y sirve para caracterizar la conducta de los vencedores.

Dato añadido por el embajador norteamericano (pág 131) es que muchos de los asediadores de la fortaleza, a la llegada de las tropas nacionales, fueran decapitados por las harkas moras, siguiendo ancestrales costumbres. O no tan ancestrales, pues parece que este rito macabro fue introducido en Marruecos precisamente por las tropas españolas (caso parecido al del coleccionismo de cabelleras por los indios norteamericanos, siendo sus introductores los ingleses).

El capítulo de la represión republicana (que siempre –hay que tenerlo en cuenta– viene aquí a cuento sólo en la medida que produce desaparecidos) está tratado con bastante objetividad y se centra, sobre todo, en el caso de Paracuellos (y es cosa curiosa que no figure el excelente libro de Ian Gibson entre la bibliografía pese a que figura otro suyo sobre el caso de García Lorca), quedando en entredicho (Gibson es todavía más terminante) la figura de Santiago Carrillo quien, al menos, no puede eludir su responsabilidad por omisión en los hechos. Los casos ominosos del célebre Tunel de la Muerte de Usera por donde desaparecieron cientos de madrileños facciosos o la fabulosa embajada de Siam a donde fueron encaminados otros tantos son ciertamente vergonzosos para la causa republicana. Pero menos, creo yo, que el de Andrés Nin, (no estaría de más haber reflejado las justificaciones y explicaciones –bochornosas– que dio entonces José Bergamín) bien tratado, aunque sea como ejemplo de una represión más amplia y de la que fueron víctimas cientos de jóvenes de las juventudes libertarias en aquella primavera del 37.

En la página 184, cuando habla de la batalla de Guadalajara (Que, curiosamente, provocó más de 500 desaparecidos entre las filas italianas, aparte de muertos, heridos y prisioneros) podía haber añadido el dato curioso de que entre las tropas y aparte de los trabajadores que fueron engañados diciéndoles que iban a Abisinia, había, según Hugh Thomas, nada menos que un grupo de supuestos "extras" que creían ir a Libia a rodar "Escipión en Africa" (¿).

En el último capítulo, dedicado a las consecuencias de la victoria franquista se habla de los "topos", tema al que Torbado y Leguineche dedicaron un libro. Podía haber incluido el caso de Juan Sanz Chamarro, llamado "el perrero" que pasó varios años en un doble muro de su casa de Soria hasta que pudo huir a Francia, vía Toulouse, y regresar a España con falsa identidad años después. Se echan también en falta monografías sobre la represión en Soria y la Rioja como los libros de Antonio Hernández sobre ambas provincias o el famoso "Las Sacas" dedicado únicamente a la segunda.

Curioso de veras es el caso que recoge de José Navarro Ruiz, exilado en Orán y descubierto prácticamente en nuestros días por pura casualidad. Navarro Ruiz había enloquecido (síndrome de Korsakoff) y creía que apenas habían pasado 4 o 5 años desde el fin de la guerra civil. Cajista en El eco de Orán llegó a enfrentarse con sus jefes a los que acusaba de adelantar varios años la fecha del periódico, producto de una confabulación de "los gobiernos" para engañar al mundo adelantando las fechas de todos los calendarios (pág 244). Caso idéntico, si bien se piensa, a los numerosos soldados japoneses perdidos en los atolones del Pacífico que, indefectiblemente, creían que las noticias de la rendición del Japón eran producto de la propaganda norteamericana…

Pese a cierta superficialidad y a ese carácter algo "light" sin olvidar los "prejuicios" políticos (algo un poco extraño en un hombre que es mi contemporáneo y por lo tanto demasiado joven para haber vivido a fondo no ya la posguerra sino ni siquiera los momentos más duros del franquismo. Yo viví los últimos coletazos, fui encarcelado en el 71, cuando todavía era menor) el libro es interesante y puede servir de iniciación al tema. Es evidente que el interés por la Guerra Civil y sus secuelas está lejos de terminar y en estos primeros años del siglo XXI estamos teniendo las últimas oportunidades de recoger testimonios directos de sus protagonistas. La mayoría han muerto ya y el resto irá desgranándose en los próximos años, por desgracia. Ahora bien, en este tema, como en el más amplio de la II Guerra Mundial (a la que Furet y Nolte llaman no sin razón GUERRA CIVIL EUROPEA), comienza a sobrar tanta pasión. Es inconcebible, no obstante, que los sucesivos gobiernos (y especialmente, como hemos dicho, los del PSOE) no hayan suturado ya hasta la última de las heridas de este pasado. (Todavía están apareciendo fosas comunes y eso pese a las muchas que afloraron en los últimos setenta y lo dice quien asistió a alguna que otra exhumación).

A ello no es ajeno el pacto vergonzante de silencio de la Transición. De esto podrían hacerse muchas lecturas, y algunas de ellas poco gratificantes para la Clase Política. Para toda ella. Aquello se cerró en falso y eso siempre es malo. Una cosa es que pueda hablarse sin pasión y comprender sinceramente a las dos partes y a sus motivaciones (la tesis, insisto, de un puñado de malvados que se levantan contra un régimen "legalmente establecido" es infumable. Como decía Juan de Mairena, si ninguno tenía razón, todos tenían "razones") y otra que el tema –como algún otro– se convierta en tabú.

 

NOTAS:

  • En la página 21 habla de los pufos de legalidad. En todo caso serán pujos.
  • Rafael Torres tiene un concepto aproximativo de la Guerra Civil, cuando piensa, por ejemplo (pág 44) que los nacionales consolidaron el control de la frontera Irún-Hendaya a la caída de Vizcaya, Santander y Asturias, cuando lo cierto es que contaban con este control desde el comienzo de la guerra, cuando las brigadas navarras cortaron la retaguardia republicana.
  • En la página 61 se escribe incorrectamente "Argueles-Sur-Mer", que en la página siguiente está escrito correctamente Argeles.
  • Es curioso que el autor, que adopta una postura laica, pro-republicana y evidentemente contemporánea, use términos "del otro bando" como ese extemporáneo "sindiós" de la página 68.
  • Erratas hay bastantes, como dos casi seguidas en la página 75. "una hospital" (línea 9) y "conluida la guerra", línea 11. O en la página 126, línea 3: "sabían son exactitud"
  • ¿Puede decirse que alguien viaja "a lomos" de un avión? (pág. 81).
  • En la pág. 114 se escribe progroms por pogrom.
  • En la página 168 se escribe troskista con mayúscula.
  • En la página 204 se escribe el crucero Baleares sin comillas, mientras que los nombres de otros barcos van con comillas.
  • En la página 281, línea 8, donde dice "mamar" debería decir "manar".
  • Curiosa expresión de nordomanía puesta en boca de un anarquista malagueño: ¡Muera la raza latina! (pág. 120).
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