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Ficha del Libro:

Título: Cuenta Atrás    comprar
Autor: Francesc Escribano
Editorial: Península
I.S.B.N.-10: 8483073323
I.S.B.N.-13: 9788483073322
Nº P´gs: 208


Cuenta Atrás
por Antonio Ruiz Vega

  En marzo de 1974 se dio garrote vil al joven catalán Salvador Puig Antich. Acostumbrados a las movilizaciones masivas de la oposición antifranquista (que evitaron la ejecución de los presos de Burgos y que, poco después, no consiguieron frenar las últimas ejecuciones del franquismo, pero sí provocar un movimiento internacional de protesta que incluyó la quema de embajadas, algo sin precedentes), la muerte de Antich, asociada con la del apátrida Heinrich Henz, un delincuente común que asesinó sin mediar provocación a un guardia civil, no diremos que pasó desapercibida, pero poco menos.

Tal y como nos cuenta Francesc Escribano en este libro estremecedor, las causas de este relativo silencio fueron varias. Poco antes había tenido lugar la detención masiva de los componentes de la Asamblea de Cataluña, así que la oposición del Principado, durante algunos meses, estuvo prácticamente descabezada. Por otra parte la militancia de Puig Antich, en un grupúsculo anarquista (el Movimiento Ibérico de Liberación: MIL) no le hacía susceptible de se apadrinado por los usuales grupos de presión del PCE. Para finalizar, el propio MIL rechazó la intromisión de los partidos "burgueses", etc. La reacción del franquismo se endureció por la muerte de Carrero Blanco. Antich, ya en prisión al morir el almirante, habría proclamado: "ETA me ha matado". La primera calificación de la actividad delictiva de Antich y los MIL por parte del TOP fue de delito común. Sería después, al comprender el alcance y la ideología del MIL cuando pasara a la jurisdicción militar, y curiosamente la defensa de Antich trataría reiteradamente de reconducir el caso a la jurisdicción civil, lo que conllevaba el admitir la categoría de "delito común". Todo esto contribuyó a una cierta confusión, a la que contribuyó el propio Antich que durante el proceso se declaró comunista (¿). Si hubiera añadido "libertario" la cosa tendría alguna lógica, pero no fue así. Entre los libros que Salvador tenía en la celda abundaban los clásicos del marxismo. ¿Hubo una evolución ideológica en prisión? Tampoco parece probable, sus cartas, hasta el final, llevan la coletilla "SALUD Y ANARQUÍA".

Pero, ¿quién era Salvador Puig Antich? Francesc Escribano ha llevado a cabo una amplia encuesta cerda de sus familiares, amigos y miembros supervivientes del MIL y ha tenido acceso a la correspondencia y al diario que llevó durante años el propio Antich.

Hijo de Joaquim Puig, militante de Acción Catalana (un partido moderado, nacionalista y republicano), derrotado por tanto, emigró a Francia y pasó una temporada en el campamento de refugiados de Argelès. Al volver a España fue juzgado y condenado a muerte, aunque fue indultado poco después. El resto de su vida la vivió como vencido, sin superar nunca el trauma que hundió su vida. Su madre, Inmaculada Antich, ejercería de madre superprotectora, de cuya tutela pronto huyó Salvador, aunque las relaciones siempre fueron buenas entre ellos, no así con su padre, que nunca pudo superar una barrera de incomunicación que no cae siquiera en los últimos días de Salvador, cuando este trató de tender puentes.

Niño brillante, aunque difícil, pasaría por varios centros, comenzando a trabajar muy joven, en la Cataluña de los sesenta, que era –según afirma Escribano– un caldo de cultivo ideal para la rebeldía y el antifranquismo instintivo de un joven idealista como era Salvador.

En el reducido orbe del anarquismo radical catalán lucía con luz propia el joven Oriol Solé Sugranyes, que cumplía condena en Francia, y el pequeño grupo del que formaba parte su hermano Ignasi, Xavier Garriga o el por entonces conceptuado como ideólogo del grupo, Santi Solr Amigó. Al principio Salvador, bastante confuso en cuanto ideas e incluso a qué hacer con su vida, puso muchas objeciones cuando se formaron los Grupos Autónomos de Combate dependientes del MIL Tanto es así que, dadas sus relativas dotes musicales (tocaba la guitarra y componía pequeñas canciones) el MIL le envía a Suiza nada menos que a grabar un disco sobre Ernesto Ché Guevara (¿)...

Mientras Salvador estaba en Suiza (donde no grabó nada, por cierto), el MIL inicia sus actividades delictivas, asaltando una sucursal de la Caja de Pensiones y robando la maquinaria de una imprenta de Toulouse. Siendo necesaria más gente, se le hace regresar de Suiza y Salvador se incorpora con toda naturalidad a la lucha armada.

La principal actividad del MIL en los últimos sesenta y primeros setenta consistió sobre todo en las llamadas "apropiaciones", es decir, atracos a bancos y cajas de ahorros. En aquel entonces las medidas de los establecimientos bancarios eran prácticamente ilusorias y el MIL, dotado con excelente armamento que consiguieron a través de ETA (principalmente) consiguió botines muy considerables con los que, por una parte, adquirieron nuevas armas y potenciaron el "aparato de propaganda", por otra adquirieron una red de pisos francos en Barcelona y se "liberaron", es decir, pasaron a vivir exclusivamente del producto de los atracos. La intención, a más largo plazo, era la de subvencionar al "movimiento obrero", cosa que nunca llegaron a hacer. El poso ideológico era tan escaso que la policía, que comenzó denominándolos "la banda de la STEN" (por una ametralladora de esta marca británica de la que hacían gran ostentación), dudó hasta el final de que fuera un grupo político, y de ahí que en un primer momento la justicia militar se inhibiera en favor de la civil, por considerarlos delincuentes comunes. ("No parecen tener otro móvil que no sea el del lucro personal")

En aquellos años, como cuenta Marian, una de las novias que tuvo Salvador y que les acompañó durante algún tiempo en sus actividades, vivían activamente su época, lo que equivale a música POP y hasta coqueteos con el orientalismo o los alucinógenos. Únicamente en la forma de vestir eran poco contemporáneos, pues una de las medidas de seguridad era ir vestidos impecablemente, de sastre. Y sería en una sastrería de postín donde Salvador, al tomarse medidas, tuviera que enseñar el pistolón que siempre llevaba consigo. Tan peripuestos los vio el sastre que dedujo enseguida que eran de la Brigada Social y ni rechistó.

En Barcelona, mientras tanto, la policía había creado un grupo especial para desarticular a la banda.

El 2 de marzo de 1973, es decir, justamente un año antes de la ejecución, la suerte del MIL, hasta entonces portentosa, comenzó a torcerse. Asaltaron una sucursal del Banco Hispano Americano. Mientras parte de la banda faenaba en el interior Salvador les esperaba en el automovil. Vio acercarse una pareja sospechosa que resultaron ser policías, se produce un intercambio de disparos. Jordi Solé que estaba junto a un grupo de rehenes casi fue retenido por estos al comenzar los disparos y hubo de abrirse paso disparando a un empleado en la cabeza, que quedó ciego. La policía identificó el vehículo en el que huyeron, que había sido alquilado por Jordi Solé Sugranyes, con lo que la investigación comenzó a cerrarse en su torno.

Posteriormente el propio Salvador cometería un error increíble. Olvidó en un bar una maleta donde llevaba armas y documentación que le identificaba a él y a Josep Lluis Pons, dinero y un telegrama cifrado, método por el que se comunicaban, dirigido a Montse, su ex-novia, que les servía de buzón. Aunque desmantelaron parte de la infraestructura, no pudieron evitar que la policía detuviera a Montse y encontrara en el registro de su casa un número de teléfono que pertenecía a uno de los pisos francos. En él, aunque muchas cosas ya se las habían llevado, la policía encontró numerosas pruebas que implicaban a Salvador en los atracos.

Poco a poco fueron cayendo todos los miembros del MIL, pero Salvador seguía en libertad, aunque completamente quemado. Santi Soler, detenido y torturado, reveló una cita que tenía con Salvador y otros miembros del MIL en un bar. Seis inspectores les esperaban, pero el operativo se había montado para detener a Xavier Garriga, al que la policía conceptuaba como "teórico" y suponía que no iría armado. Los policías, por ejemplo, no llevaban esposas. Al intentar detenerlos Salvador se resistió y fue golpeado violentamente en la cabeza con la culata de una pistola. Los policías los conducen a una tienda de comestibles cercana para intentar reducirlos, el propietario, creyendo que es una pelea de delincuentes comunes, les niega la entrada, finalmente se introducen en un portal cercano. Finalmente entre cuatro policías consiguen sujetar a Salvador y le quitan una pistola y una navaja. En ese momento Xavier intenó huir, aunque fue alcanzado. Salvador, agotado por la pelea, sangrando abundantemente por las heridas en la cabeza. Le sujetaban dos policías, uno de ellos, Santiago Bocigas (creo que soriano, puede que yo conociera a su hermano, al menos el apellido coincide) le sujetaba las manos por atrás. Pero esto facilitó que Salvador extrajera otra pistola que llevaba a la espalda y comenzara a disparar. En el intercambio de disparos el policía Francisco Anguas falleció. Salvador quedó muy malherido.

Con el MIL prácticamente desarticulado y con lo malas que eran sus relaciones con el resto de la oposición, el único apoyo que tuvo Salvador fue el de su familia. Su madre había muerto, su padre se inhibió completamente de la situación (horrorizado) y su hermano mayor, médico, residía en los USA (hizo una única visita durante su estancia en la cárcel) así que fueron sus cuatro hermanas las que se movilizaron desde el primer momento y hasta el final. El abogado, Oriol Arau, intentó que el caso volviera a la jurisdicción civil, pero no lo consiguió. Para el franquismo, sensibilizado por la muerte de Carrero Blanco, la muerte de Francisco Anguas (joven, a punto de casarse) fue muy fuerte.

En la Modelo, a donde pasó tras una temporada en el hospital, donde se recuperó de sus heridas, hizo amistad con un funcionario, Jesús Irurre, que finalmente abrazaría las ideas ácratas de Salvador. Hoy es funcionario de prisiones en Ibiza y, según el autor, tiene toda la pinta de un hippie.

Francesc Escribano se ha entrevistado también con varios miembros del tribunal militar los cuales aunque han preferido ocultar sus nombres han hablado del proceso con bastante naturalidad. Uno de ellos dice que una de las cosas que predispusieron en contra de Salvador al tribunal fue que en los registros se encontrara material pornográfico (en las publicaciones del MIL era frecuente el contenido erótico explícito), cosa que ahora puede parecer estrambótica, pero que entonces, entre aquella casta militar, era un agravante. Como en el juicio apenas se permitió aportar pruebas, no se puede determinar si alguna de las balas que disparó Salvador fue la que mató al policía, todavía hoy no se sabe con certeza, incluso se piensa que la autopsia, que tuvo lugar en la misma comisaría de policía, fue irregular. Los militares mantienen, hoy día, que las pruebas eran innecesarias porque ellos mismos eran expertos en balística y creen que tampoco era inusual que la autopsia se celebrara en comisaría.

En las cortes franquistas sólo se alzó la voz de Esperabé de Arteaga, procurador por Salamanca que se declaró contrario a la pena de muerte, por lo que fue abucheado por el resto.

Finalmente se condenó a muerte a Salvador y los sucesivos trámites fueron cumpliéndose inexorablemente. Pese a la presión del cardenal Jubany y algunas otras protestas (no muchas), el consejo de ministros dio el "enterado" y el generalísimo no hizo uso de su derecho de gracia. En la Modelo se presentó Antonio López Guerra, verdugo de la Audiencia de Madrid y a la sazón el último que quedaba en España. Hasta el último momento Salvador no supo la forma de su muerte, incluso pensó que le fusilarían. Tras pasar la noche en capilla, acompañado por sus hermanas, estas fueron sacadas de la prisión. Los funcionarios les preguntaron que dónde debían enterrarle. Inma, la hermana mayor, les contestó:

"Vosotros lo matáis, vosotros lo enterráis".

Salvador quedó muy alterado cuando le condujeron a la sala donde habían dispuesto el siniestro garrote. Además estaba rodeado de funcionarios y policías, sin ver una sola cara amiga. Sus últimas palabras, dirigidas al juez militar, fueron:

"Majo, lo has conseguido".
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