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portada Cuando La Noche Obliga
Ficha del Libro:

Título: Cuando La Noche Obliga    comprar
Autor: Montero Glez
Editorial: El Cobre
I.S.B.N.-10: 8496095045
I.S.B.N.-13: 9788496095045
Nº P´gs: 256


Cuando La Noche Obliga
por Antonio Ruiz Vega

  Glez llega precedido por su fama de Louis Ferdinand Celine ibérico, de autor canaille, de perito en sahurdas y zaquizamís y lo primero que llama la atención es el exceso argumental. Al contrario, por ejemplo, que Almudena Grandes, que (muy femenina y muy culinaria ella) tira de rodillo de amasar y extiende por el mármol una escueta pella hasta que la masa quebrada se dilata por un perímetro semejante al de la provincia de Cáceres ("Los Aires Difíciles"), Glez tiene el problema contrario. Que sus historias llaman a otras historias y estas aluden a tramas paralelas que se van ramificando. Y el autor suele resolver el problema tomándolo por los cuernos. Hace, cuando lo considera necesario, un aparte, y retoma luego la línea principal.

Luego está, claro, el lenguaje. Glez se ha metido en una trama espesa llena de putas, cabestris (que diría Sánchez Ostiz, algunos de cuyos libros tienen sintonía con este, pienso en "Las Pirañas"), macarras y demás ralea y demuestra conocer hiperbólicamente los entresijos de este mundo, que bordea por momentos la sordidez esencial del Naked Lunch burroughsiano. El uso de los argots y dialectos patibularios es omnipresente, nada que ver con el cheli, aunque hay algunos modismos nuevos, que han nacido al calor de las propias innovaciones delictivas (buscamani, por ejemplo, dícese de los que siguen en moto a los vehículos de la pestañí con un escaner para captar las conversaciones maderiles y averiguar con antelación los puntos de arribada de las balas de hachís que quedan a la deriva frente a la costa). Puro Siglo de Oro, porque esta es, ante todo, una novela picaresca donde no falta ni un tesoro.

Hay algún que otro fiambre por medio y desde el comienzo, se nos promete que se nos va a contar lo que pasó. Un personaje, camarero en los madriles, aparece muerto en extrañas circunstancias y lo que luego se cuenta es una encuesta, irregular, contradictoria, barroca, que va explicando lo que sucedió.

Dicho en cuatro palabras el móvil es un tesoro (al final, pura alquimia, un tubo lleno de mercurio con el que fabricar un espejo mágico para teletransportar subsaharianos a través del Estrecho sin necesidad de pateras), un mapa que llevaba en el recto (como Papillón), en una funda de "Romeo Y Julieta" un moro, al que apiolan a la salida de un burdel madrileño. El “Viajero” le asiste en sus últimos momentos y el moro le cuenta su historia y le entrega el mapa. Mientras los dos asesinos, que han contemplado la escena, siguen los pasos del Viajero que se traslada desde Madrid a Tarifa, donde está el tesoro. De la oca del burdel madrileño a la otra oca de otro lenón tarifeño, suceden las historias y se va desenrollando la trama.

No falta su poquito de mitología interpretada en clave escatológica. Por allí, por el Estrecho, anduvo el semidios Hércules, buscando el árbol de las Hespérides que, se nos dice, debió de ser un naranjo. Y al meterse en el mar al ilustre debió de darle un apretón y se desahogó, dejando un zurullo ciclópeo a cada lado, giña petrificada serían, por lo tanto, Gibraltar y el Yebel Musa...

Las meretrices que por aquí deambulan son la mayoría ajadas matronas que, como La Patro, se hacen acompañar de un perrito pilonero (otro hubiera escrito comecoños, pero lo de pilonero, por lo de amorrarse al pilón, queda más esotérico). La Patro que "presentaba en su piel una tirantez de nalga de mulo pardo. Llevaba las mejillas brillantes, como frotadas con tocino rancio y su papada no era una, qué va, era media docena".

Está luego Juan Luis Muñoz, un tabernero ido a más, que también conoce fugazmente al Viajero (que, de pasada, le dejó un cañón importante) y que es todo un filósofo especializado en pata negra y caña de lomo ibérico. Para Juan Luis, los viajeros anglosajones del XIX eran "una mentira más grande que el sombrero de un picador". Y George Borrow no lo era menos. "Que Jorgito el Inglés era un sosaina como todos los demás y que, cansados de rosbif y de puré de papas con mantequilla, vinieron a ensanchar barriga y a retozar con mujeres tostadas por los soles de España". Y Juan Luis, mientras se explaya ante las cámaras de la televisión que, se supone, indagan sobre los últimos momentos del misterioso Viajero, abusa de la muletilla aznariana del mireusté y aprovecha para hacer propaganda del establecimiento, de la cerveza Cruzcampo y de lo que sea menester, mientras explica cómo el extinto se atiborró de lo mejor de lo mejor en su taberna y se abrió sin aforar la minuta aprovechando un misterioso apagón.

Por aquella comarca tarifeña es donde está enclavado también el putifero conocido como Los gurriatos, una antigua venta de carretera que ya venía en la guía de Villega y donde, en una ocasión, a mediados de los setenta (cuando todavía no era un lupanar), paró un mini donde viajaban Camarón, Paco de Lucía y un ganadero llamado Bandrés. Se pusieron como el Quico y antes de pagar el tal Bandrés salió a la carretera con una cinta métrica y se puso a tomar medidas, los demás sacaron un trípode del coche y se pusieron a hacer el paripé de agrimensores hasta que el dueño, mosca, les preguntó que de qué iba la película. Le explicaron, los muy cabrones, que eran del MOPU y que iban a trazar por allí una autopista, así que no habría más remedio que expropiarle la venta. El otro, asustado por la perspectiva, les invitó a la cena y a volver gratis cuando quisieran siempre que se fueran a tomar medidas un poco más lejos...

Entre este burdel tarifeño, Los gurriatos y otro madrileño, el de La Chacón (que tiene a sus pupilas educadas en bienes mamanciales) transcurre la mayor parte de la acción.

La cosa es que un inmigrante, uno de esos que va vendiendo zarrias por los bares, tiene un desahogo con una zorra de La Chacón y en un momento de debilidad le habla de la existencia de un mapa y de un tesoro. Un tesoro de los muchos que (es tradición) enterró la morería cerca de Tarifa en el último rifirrafe de la expulsión, antes de partir para África. Y al moro, como hemos dicho, le dan mulé dos tipos bastante siniestros, el mamporrero Ginesito un travesti que es su compañero sentimental. "Y aquí empieza esta historia de tesoros enterrados y de fronteras interiores, pichita, una historia de viento y de locura que se enredará a cada paso del viajero".

El Viajero ha desaparecido y Ginesito interroga a la cubana Riquina, que acaba de ocuparse con el viajero y sabe donde vive. La cubana se resiste, se les va la mano y se la cargan también. Tiran los dos cadáveres, el de la puta y el del moro, al Manzanares. Cuando son descubiertos la prensa madrileña se hace eco del suceso. Cabrera Infante traza el panegírico de la Riquina, aprovechando para arremeter contra el gobierno cubano, mientras que Luis Antonio de Villena aprovechó la ocasión para hacer la apología del amor socrático... (Pág 103). "Maricón...".

En la 109, y a propósito de hablar de Barbate (llamado durante un tiempo de Franco, porque por allí entretenía sus ocios marineros el Caudillo) se aprovecha para poner a caer de un guindo (sin citarle, por cierto), a Felipe González. "Años después, otro gobernante, con más trazas de porcino que de persona, seguiría su estela y, a bordo del mismo barco, con los mismos cebos y con la misma ayuda de cámara, pescaría ranas encantadas y príncipes marinos para un cuento donde se pasa hambre. Este cerdo marino no hizo nada por evitar el parecido con el anterior y, poquito a poco y como quien no quiere la cosa, se daría la vuelta hasta quedar de espaldas al pueblo. A la vez que pescaba atún en nuestras costas, amamantaba a toda esa burguesía monopolista que exprimió el capullo de la rosa hasta dejarlo seco. Barbate de Juan Guerra lo llamaban".

Y luego aparece por estas páginas otro personaje, Hilario Tejedor, gallego de nación y vendedor de Biblias, algo viciosillo, que frecuenta Los gurriatos en busca de algunas especialidades de atractivo más que dudoso. Al angelito le encanta practicar el cunilingus pero además tiene que ser con alguna furcia en pleno periodo catamenial. Como esto no es siempre posible, se finge la suerte con mercromina a granel (mucho me temo que el mercurocromo es mortal por ingestión). El numerito se conoce como La sonrisa del payaso y al pobre Hilario terminarán por chantajearlo vilmente dos empleados de Los gurriatos, pero esa es otra historia.

El Luisardo, que es el que decide chantajear al gallego, obtiene su dirección a partir de la matrícula usando el ordenador de la Guardia Civil y a partir de ahí será coser y cantar ir sacándole los cientos de miles de pesetas, ante el temor que se difunda la especie de sus gustos sexuales, porque Hilario es hombre casado.

Este Luisardo, que luego conocerá al Viajero, también tiene sus propias teorías mitológicas sobre Hércules, quien, zoofílico perdido, se beneficiaba a la vacada de Gerión y terminó por porculizar al gigante por sus tres esfínteres. Cree el ladrón...

El caso es que el Viajero, que ha llegado hasta San Fernando seguido de cerca por Ginesito y el travesti, es abordado por estos en una siniestra pensión donde pernocta. Le interrogan sobre el mapa (mapa que, por cierto, ha perdido, pero no sin antes memorizar su contenido) con muy malas maneras y en un momento de descuido consigue escapar no sin un intercambio de golpes y sin que el Ginesito le de un navajazo sin querer al travestolo, su querindongo.

En la página 150 y 151 hay una reflexión sobre los inmigrantes.

El caso es que todo acaba como el Rosario de la Aurora, mueren casi todos y al final nadie saca mayor beneficio del asunto.

El móvil, como vemos, es algo quimérico y no se sabe muy bien qué pinta aquí un pretérito alquimista inventor del azogue espaciotemporal, pero la verdad es que es lo de menos, es una pura excusa, para movilizarlos a todos y que entre todos tejan esta danza obscena y sangrienta que es "Cuando La Noche Obliga" (título tomado de un poema de Neruda).

Una novela excelente, densa, agripicante, sórdida. Para disfrutarla a fondo, no apta para pacatos ni para meapilas, pero esos ya tienen a la Tamaro. Incorrección política servida a cucharones.

Con las ponzoñas que se están publicando y que se celebran en tertulias y suplementos, un libro como este tendría que estar en todos los escaparates, por méritos y derecho propios. A mi modo de ver, y con todos los respetos para los “protectores” de Glez (Reverte “el bueno” y Reverte “el malo”, Dragó, Raúl del Pozo, etc.) no habría que cargar la nota tanto en la “marginalidad”, porque este es un buen escritor. Y punto. No necesita el “morbo” como valor añadido ni tampoco, por cierto, hablar de “folklore cósmico” (para nada). Aquí de lo que se trata (o de lo que se debiera de tratar) es de contar una o varias historias interesantes, de contarlas bien, de decir cosas. Bueno, pues, siendo tan fácil ¿porqué se escriben y se publican tantísimos bodrios y coñazos inenarrables que acaban por matar la afición del lector?

Cuando un tipo se atreve a decir “Mi novela es jodidamente buena”, sin falsa modestias, sino con paganísimo orgullo, sólo cabe asentir y felicitarle. Porque lleva toda la razón.

Reverte (Arturo) se confiesa: “Ojalá yo con mis cifras de ventas fuera capaz de escribir imágenes que he leído en este libro”. Y no dice más que la escueta verdad. Pruebe, compare, y si encuentra algo mejor, léaselo.

En fin, que los editores están cada vez más gilipollas, y así les va. Ojalá estos de El Cobre (no sabemos si porque se lo baten porque lo ven peliagudo) se forren. Se lo merecen.
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