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| Cuadernos Críticos
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| por Irene Rodríguez Aseijas
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Desde que comenzaron a publicarse en La Fiera Literaria las primeras píldoras de crítica acompasada muchas de las vacas sagradas de nuestra literatura encontraron un motivo más para no conciliar el sueño. Entre las diversas plumas que la cultivaban destacó temprano Clandestino Méndez, un tipejo mordaz, certero e irreverente que había irrumpido sin preguntar en el dorado parnaso de nuestros más ilustres nombres, para arrojarles a la cara una serie de puntualizaciones que no admitían discusión ni dejaban escapatoria (la crítica acompasada se distingue por realizar un desmenuzamiento concienzudo de los textos, deteniéndose en el análisis de párrafos y frases concretas, con página incluida). Sus dentelladas resultaban tan mortales como certera, y no discriminaban: Lucía Etxebarria, Espido Freire, Rosa Regàs o Millás, se encontraban entre los damnificados. Y lo peor estaba por venir: el tal Clandestino camuflaba sus afrentas bajo el manto protector del anonimato. La polémica producía salpullidos en los círculos más selectos y el francotirador permanecía cómodamente oculto en su guarida. Como consecuencia, los Cuadernos Críticos de Clandestino Méndez se han convertido en una pieza codiciada y maldita, amada y despreciada a partes iguales, con detractores tan férreos como devotos acólitos. Sea como fuere, Clandestino ha conseguido posicionarse por méritos propios y, resentimientos aparte, no hay mucho que rebatir a ese respecto (el hecho es que sus críticas se limitan a subrayar lo que otros han escrito, alejándose de la subjetividad para ahondar en las entrañas de los textos, limitándose a mostrar con ironía, agudeza e ingenio, las lindezas literarias perpetradas por sus acomodados autores…). Aunque bien es cierto que ésta sólo es mi opinión, y quizá responda al hecho de que Clandestino no la haya tomado conmigo. De momento…
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