|
| Correspondencia Privada
|
| por Antonio Ruiz Vega
|
|
Directora de Lumen durante nada menos que cuatro décadas, Esther Tusquets (Barcelona, 1936) ha escrito también la trilogía novelesca "El Mismo Mar De Todos Los Veranos", "El Amor Es Un Juego Solitario", y "Varada Tras El Último Naufragio", amén de otras dos novelas y algunos libros de cuentos.
Aunque en la contraportada se habla de mezcla de realidad y ficción, y sin duda la tiene, el aspecto de estas cuatro cartas es de memorias auténticas, personales. Quiero decir que suenan a sinceras, o al menos están escritas sin mucho pudor.
La primera está dirigida a su madre y no se puede decir que tenga mucha piedad o sentimiento filial. Ciertamente que, por lo que dice, su madre debió de ser una mujer de armas tomar y en muchos aspectos bastante insensible, de carácter tirando a germánico y hasta simpatizante de los nazis, según dice o sugiere en la página 31. Va contando cosas sobre su madre y su carácter despótico y absorbente, que dejaba poco lugar a su padre para existir y que se dedicó durante toda la infancia a rebajar la moral de la propia Esther quien desde muy niña debió de asumir que por mucho que hiciera jamás conseguiría estar a su altura o bien hacer honor a las expectativas que tenía sobre ella y su carrera profesional. Igual que jamás logró alcanzar su talla y apostura la pobre Esther debió de pasar una infancia bastante difícil teniendo como madre a una persona de tan fuerte carácter, a quien no solían afectar las "cosas del siglo" y que allá donde fuera imponía sus puntos de vista. Es curioso, y hasta cabría sacar alguna conclusión, del parecido entre esta madre y la de Inma Monsó en su buenísimo "Todo Un Carácter" (Alfaguara), que comentamos no hace mucho.
"Carta A Mi Primer Amor" es la historia de un amor que, visto con perspectiva, parece algo improbable pero que por lo visto no lo fue. No tanto por la diferencia de edad ni porque fuera entre profesor y alumna, que de eso se ha visto bastante, sino porque la personalidad del buen señor parece un poco arquetípica de lo ibérico y hasta algo cañí, algo que, en fin, no se relaciona mucho con la Tusquets (aunque por lo que se va viendo en estas cartas Esther tuvo una infancia muy convencional y nada catalanista, supongo que son clichés que nos hemos ido creando sobre ella, pero sigue chocando su militancia falangista de sus primero años, que confiesa sincera). A este profesor lo conoció en el Colegio Alemán de Barcelona que, a decir verdad, en aquellos años no se llamaba así porque, como explica en la página 50 el franquismo se desentendió bastante deprisa de las fidelidades pro-nazis, aunque con el tiempo el colegio recuperó su nombre, al tiempo que Alemania perdía complejos y volvía a pisar fuerte. Este profesor andaluz era, afortunadamente, cordobés, de la escuela senequista, es decir que no era de los vocingleros, pero sí un perfecto caballero español con bastantes de los tópicos del tiempo aquel, lo que es decir bastante. Falangista, católico a mamachamartillo, torista y taurino. Este amor, como tantos, podía haber quedado en lo platónico, pero en este caso tuvo algún escarceo, como el de la fiesta de fin de curso donde ambos bailaron apasionadamente (al día siguiente tuvieron una breve cita). Hubo un segundo acto, años después, (él seguía soltero, vivía con su madre), donde avanzaron algo en la relación, hasta el punto que él le sugirió una cita erótica, que finalmente no se produjo. Poco después parte ella en un crucero marítimo y en su transcurrir la relación se enfría tanto que prácticamente se extingue. Muchos años después volverán a encontrarse, él ya casado y provecto.
"Carta A Eduardo" es otra historia de amor, también algo complicadillo, porque parece ser que el tal Eduardo, amén de terminar ordenándose sacerdote, tenía veleidades homosexuales, lo cual en aquellos años (cincuenta) era cosa bastante grave y daba lugar a una infamante ficha policial.
Este Eduardo, que tanto prometía de joven y que, por lo visto, dilapidó confusamente su vida, allá en Argentina, falleciendo a los 50, recibe también un rapapolvo severo de la Tusquets que no le va la zaga de la que recibe su propia madre:
Porque cuanto hicieras o dejaras de hacer a lo largo de tu vida, aquello de lo que te enorgullecerías o te avergonzarías o te sentirías culpable, tus maravillosas o sórdidas, o maravillosas y sórdidas historias de amor y de amistad, tus pequeñas canalladas y trapicheos, tus gestos tiernos o terribles, tus mentiras y tus verdades, tus arrebatos de pueril egoísmo o de entrañable generosidad, todo el mal y todo el bien que tú hicieras o que te hicieran a ti, carecen de importancia, pero que desperdiciaras tu talento no merece perdón, ni de Dios ni de los hombres, y es algo que tampoco yo voy a perdonarte.
"Carta A Esteban" va dirigida a quien fue otro de sus amantes, de una personalidad volcánica y viajera, un hombre de la oposición y del exilio, próspero empresario a quien sin embargo ella conoció prácticamente arruinado. Una circunstancia se interpuso, no obstante, entre ellos. Esteban volvió a España con un pasaporte de un país suramericano pero, al decidir quedarse a vivir en España la policía –que no es tonta– y que conocía sus antecedentes, sospechó enseguida que iba a volver a las andadas. Así que le advirtió que si quería residir en España debía nacionalizarse otra vez español, que ellos, mediante un gentlemen agreement, olvidarían su pasado y no le encausarían por nada pendiente, pero que él a cambio debía abstenerse para siempre de intervenir en la política española. Esto le frustró mucho, y le agobiaba que mientras ella participara activamente en cuanta movida antifascista se ponía a tiro. Entre tanto ella había pasado por la experiencia de un breve matrimonio que se disolvió concordatariamente según un procedimiento que se usaba –dicen– bajo el franquismo. Me refiero a la consabida carta al notario donde se confesaba que el matrimonio se concertaba con el propósito de no concebir descendencia, lo que lo anulaba "de facto". Bueno, de facto precisamente no, ya que los trámites solían eternizarse, como así fue en este caso y donde no bastaron peregrinas entrevistas explicatorias con mosenes de la Curia...
El "Epílogo" es también interesante por lo que supone de madura meditación de una mujer que ronda los 65 y que los ha vivido, confiesa, intensamente. Ella cree que la frontera está en los primeros cuarenta de las limitaciones que tiene toda vida humana. Constaté que las múltiples posibilidades que nos brindaran abiertas la adolescencia y la juventud se habían ido reduciendo (...), En los primero momentos, en una primera etapa, uno se plantea las cosas, innumerables, que ha fantaseado y que ahora sabe definitivamente que no va a hacer, ni a conocer, ni a gozar jamás. Más adelante, en una segunda etapa, brota la incertidumbre acerca de por cuánto tiempo podrá seguir conociendo, gozando y viviendo lo que todavía conoce, goza y vive. Y habla, incluso de los perros, que ya le sobrevivirán a uno, los libros que ya se adquieren pensando en si gustarán al hijo que los va a heredar o al museo o biblioteca que se legarán, que el próximo coche será ya el último, etc.
Es la edad, claro, de la nostalgia Siempre sentimos nostalgia de los lugares donde fuimos jóvenes, dice haber leído en un lugar que ya no recuerda, y le sorprende que no dijera donde fuimos felices, pero lo encuentra adecuado: así es, al menos en su caso. Y por eso su paisaje urbano (y este libro lo deja bastante claro) es Barcelona ésta es la razón por la que cualquier otra ciudad equivaldría a un destierro. |
|
