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Ficha del Libro:

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Editorial:
I.S.B.N.-10:
I.S.B.N.-13:
Nº P´gs:


por Antonio Ruiz Vega

  Libro apasionado y apasionante, verdadera justificación vital, está escrito por quien fue el principal compositor y mente gris del conjunto Los Trogloditas, más conocidos como banda de acompañamiento del cantante barcelonés Loquillo. Hay, por cierto, un evidente embute entre Sabino Méndez, que es nuestro personaje, y el dichoso Loquillo, que no queda aquí muy bien parado, por cierto. Sabino Méndez, nacido en el 61, vivió de hoz y coz el despertar musical que siguió a la muerte del Caudillo, la llamada Movida Madrileña y sus prolegómenos y decadencia, que no digirió sin secuelas, por cierto. Como seguidor intermitente del panorama POP de aquellos años (justo el comienzo de la prehistoria de la movida me pilló en Madrid, terminando la mili, y por una serie de azares llegué a conocer a Olvido Gara, de los Pegamoides y varios componentes de lo que luego sería RADIO FUTURA), la verdad es que nunca me interesaron Loquillo y los Trogloditas, ignoraba quien fuera Sabino Méndez y no me suena ni una sola de las canciones que se citan en este libro. No siendo, ni con mucho, un experto en estas cuestiones, supongo que, no obstante, tampoco seré de las personas más desconectadas del tema, así que la notoriedad de Sabino es, como mucho, relativa, pero en fin...

Es significativo que tras varios años de frenética actividad musical nuestro personaje optara por ingresar en la universidad aprovechando la convocatoria para mayores de 25 año y que le diera por estudiar filología, lo que se nota bastante en este libro que no está escrito -hora es ya de decirlo- por un rockero descerebrado, ni nada homologable.

Es cierto, no obstante, que se nota en su discurso algo parecido a lo que Lauzier llama "fabricarse recuerdos de excombatiente a base de noches de farra" pie del que cojeamos todos los nacidos en estos tiempos cuando ya no se puede decir ni siquiera lo que se decía en el 68: qué pensar de una sociedad que ha hecho de su destrucción la única aventura posible. En una sociedad donde se ha abolido por decreto la aventura no es de extrañar que una persona culta, inteligente, sensible, plantee estrategias como las que plantea Sabino Méndez, con una buena espuerta de lucidez. Estrategias que no excluyen, por desgracia, la autodestrucción.

Y a propósito de eso, este es un libro de ultimidades, con coqueteos impúdicos con la pelona, algunos muy concretos. Y, autoparódico a raudales, el narrador no evita el ponerse a sí mismo en la picota, entre otras cosas porque ha elegido un punto de vista que se lo permite: el de verse desde fuera, desde arriba, consciente de que el Sabino de hoy ya no tiene nada que ver con los sabinos sucesivos que han sido, y que puede juzgarlos (y condenarlos o salvarlos) con una relativa ecuanimidad

Sabino Méndez no sé (lo siento, aunque seguro que he escuchado muchas canciones suyas) si fue/es un buen compositor, pero escribiendo es sugestivo e interesante. Véase, para comenzar, el digest que hace del antiguo y nuevo testamento en la página 27:

La trama resultaba enrevesada y la sintaxis bastante pobre.(...) Aparecían tres simpáticos contrabandistas que se dedicaban a transportar metales preciosos a través de las fronteras. Uno de ellos, Baltasar, era un claro antecedente de la novela nacional africana. (...) Recuerdo una segunda parte con cuatro periodistas que acudían a una rueda de prensa de un afamado surfista de Nazaret y posteriormente cada uno de ellos daba su versión del asunto.

Contado así podría parecer interesante, pero el autor fracasaba en la estructura y en el ritmo narrativo, dado lo cual prefirió negarse a firmar la obra, quedando esta como anónima y desperdiciándose un amplio horizonte de derechos de autor.

Hombre, la verdad es que, de la segunda parte, hay cuatro autores, que se sepa (Juan, Marcos, Lucas y Mateo), pero bueno, valga la licencia poético-literaria...

Sabino insiste, y yo (que tengo 6 años más) no lo veo tan claro, en el hecho insólito de que, por una parte, la dictadura supuso un retraso cultural (y en este caso musical) para el país y, de otra, que, a la muerte del dictador, llegó todo de golpe. Esto tiene algo de verdad, y sería más cierto en cuanto al cine, por ejemplo, pero la música POP (enlatada) tenía bula, no así los conciertos en vivo, de los cuales hubo alguno durante el franquismo, pero contados. Pero los discos, en su mayoría, llegaban y, por mor de que estaban cantados en inglés, no eran censurados -salvo excepciones concretísimas, recuerdo Aqualung, de Jethro Tull.

En fin, es humanamente comprensible que cada generación crea vivir hechos fundamentales. También lleva razón cuando opina que esta compresión/descompresión, llevó de golpe a una generación a con ocer una temporada de libertades impensables antes y (!ay!) después. El cambio de la guardia, el descoloque inherente a la transición, tuvieron este efecto, lo que comparto, ahora, lo que no dice, y es evidente (pero probablemente él era demasiado joven) es que el franquismo (sobre todo el de los últimos años) era tan inoperante que constituía una especie de anarquía coronada donde teóricamente todo estaba prohibido pero, en la práctica casi todo podía hacerse. Entre otras cosas porque el Estado, reducido a su mínima expresión, apenas controlaba nada y la vida civil lo ocupaba todo. Pero estas reflexiones nos llevarían muy lejos...

En la página 81 hace un retrato de Loquillo, poco piadoso por cierto, donde confunde parapetado por parapeteado, pero, en fin, la cosa no tiene mayor importancia.

En la página 127 comienza a narrar -con la descripción de su primer pico- su larga dependencia de la heroína, "regalo" que le dejó la década y del que le costó Dios y Ayuda deshacerse. Como se reconoce en varios pasajes de este libro, la adición a la heroína sólo acaece tras largos intentos y meses de consumo, así que no se queja de ella, sino que asume que se buscó esta ruina particular.

Sabino Méndez es en esta cuestión, como en otras, bastante consecuente. Recuerda, no sin humor, que otros no lo fueron tanto, y en concreto una campaña antidroga subvencionada por alguna fundación donde aparecieron muchos compañeros suyos abjurando de los opiáceos cuando, en privado, se ponían hasta el culo. Él y otros amigos pagaron de su bolsillo una contracampaña bastante más sincera, por la que fueron estigmatizados (Págs. 196,197).

Tras largos esfuerzos y reiterados intentos nos explica que consiguió dejar la droga, pero no sin secuelas. En la página 216 se da el dato escueto y como si nada de que, al terminar la redacción de este libro, habrá de acudir a una clínica para hacerse una biópsia de hígado, de cuyos resultados, como es lógico, no se permite especular...

Las últimas estapas con Los Trogloditas estuvieron marcadas por la adicción y sus vaivenes. Finalmente dejó el grupo, abandonó a su compañera (Nina Be) y emprendió en serio el camino de la desintoxicación.

Este libro, la verdad, da un mensaje bastante negativo. Sin que su autor se arrepienta de nada, es obvio que el balance no es muy florido. Afortunadamente otras inquietudes y motivaciones (sobre todo la literatura, y este libro es muestra de ello), le llevaron por otros derroteros, en los que cabe desearle suerte.
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