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| Cinco Decenios
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| por Antonio Ruiz Vega
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Las inquietudes intelectuales del premio Nobel y premio Asturias no han ido sólo por el camino de la narrativa. Ahí está su obra poética y dramática, pero es también conocida su faceta como dibujante, pintor, grabador y escultor.
Así que para Grass todo este mundo es mucho más que un mero violín de Ingrés.
Casi todas las portadas de sus libros, incluido el último, "A Paso De Cangrejo", incluyen obras suyas. En realidad la vocación primera de Grass fue la de escultor, aunque accedió a ella por la vía indirecta de un taller de lápidas sepulcrales (insólita actividad que describe en, entre otros libros, "El Tambor De Hojalata"), ya que la Academia de Bellas Artes de Düsseldorf había cerrado por falta de carbón.
Desde entonces sus encuentros y desencuentros con las artes plásticas han sido constantes, aunque intermitentes. Él nos cuenta cómo, al terminar la redacción de cualquier libro suyo le asalta una sensación de vacío que suele llenar regresando al taller de alfarero o al tórculo de aguafortista. Y también explica cómo muchas veces, creyendo agotado definitivamente su venero narrativo, encontró en el barroco mundo de sus talleres la inspiración para continuar escribiendo.
Pero este libro, profusamente ilustrado con fotos personales, dibujos y grabados, es también una biografía a muy grandes rasgos en la que se incluyen varios poemas. A veces, nos explica, en estas cortas composiciones se puede detectar el germen de lo que luego habrán sido novelas.
Desde ese duro invierno del 46/47, cuando el autor descubre su vocación de escultor, a los 19 años hasta la actualidad, han trascurrido más de los "Cinco Decenios" a los que se refiere el título y a lo largo de este tiempo muchas han sido las actividades de este polifacético ciudadano alemán.
Los primeros dibujos, algo ingenuos y con una grafía muy de la época (recuerdan el esquematismo de Dufy o Sempé) son apenas bocetos, impresiones de sus viajes adolescentes de mochila y alpargata, cuando viaja a París o a Italia, apuntes que recogía en cuadernos como el de bosquejos italianos del 51, que todavía conserva. Yo viajaba en autoestop, vivía no sé de qué, dibujaba y escribía poemas que, nunca publicados, sólo ahora aparecen en mi mesa con los bosquejos y me resultan ajenos.
Grass tiene entonces un look bastante beatnick, todavía sin barba ni gafas y hasta hizo sus pinitos musicales y jazzísticos, de lo que da fe una foto de la época.
Hay algo muy germánico, de homo faber, en esa obsesión de Grass en controlar todo el proceso de edición de un libro desde el principio al fin y que le da, en ocasiones, excusa para mezclar insólitamente las diversas técnicas, como esas hojas de terracota donde comenzó a esbozar las primeras páginas manuscritas de "La Ratesa", cuando estuvo tentado de escribir así toda la novela y no publicarla, dejar tan sólo este único ejemplar en barro cocido...
Cuanto más ofertas hace la técnica para facilitar la escritura, regalando manejables ordenadores domésticos, tanto más pasado de moda me sirvo yo de tinta y pluma, sin despreciar la vieja máquina de escribir Olivetti portátil. Sin embargo el manuscrito a mano se impuso.
Para esta actividad, que abandona y retoma, de los grabados, los dibujos o las esculturas, Grass dispone de varios estudios a los que acude de vez en cuando, tiene uno en una isla danesa, otro en Portugal, etc. Y dispuso de uno también durante su estancia en Calcuta.
Es un libro también bastante gastronómico y hasta incluye alguna que otra receta. La obsesión por los rodaballos, que tanto aparecen en su obra plástica, y que daría lugar a uno de sus mejores libros, le viene de aquellos años aurorales, de su juventud, cuando apenas podía comer otra cosa. Entonces, por esos azares del mercado, el rodaballo debía ser un pez baratísimo, mucho más que, por ejemplo, los apreciados arenques.
Las habilidades de Grass son múltiples y sabe extraer de cada técnica unas calidades propias. La tinta o el aguafuerte, detallista y minuciosa. La acuarela (lástima que el libro sea monocromo), de grandes trazos y tonos degradados. Es un gran retratista, con cierta predisposición a la caricatura. Y tiene cierta obsesión por los animales. Las ratas (a las que presenta crucificadas), los pescados (rodaballos, anguilas), los cangrejos (de mar y de río), las mondas de patata, sapos, pájaros, caracoles, etc. Sus apuntes de árboles del natural tienen la frescura del esbozo silvestre, del trabajo de campo, como sus impresiones, a la vez dibujadas y escritas de las calles de Calcuta.
Las abundantes fotos, con los amigos, con la familia, aporta la nota íntima, el acercamiento a la faceta más humana del gran autor.
Y en estos cinco decenios, cae como una bomba la concesión del Nobel. Es una suerte no haber recibido el premio hasta ahora, con la sabiduría de los años; a los cuarenta o cincuenta me hubiera resultado una carga.
El libro, en fin, es una delicia y, como dice la contraportada (y por una vez es verdad), un libro que sólo puede calificarse de imprescindible para saber quién es realmente Grass. |
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