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Una Historia: La Anorexia
por Aniria Gómez

La Anorexia es una enfermedad psicológica que personalmente respeto muchísimo, puesto que puede llegar a significar la muerte de la persona que lo sufre. Estudios realizados en varios países indican que entre el 5–10 % de los anoréxicos mueren. Esto demuestra una vez más que la mente humana puede ser enormemente poderosa, tanto en negativo como en positivo.

Ésta historia y los artículos que le seguirán son un homenaje a todas aquellas personas que hacen un esfuerzo diario por cambiar el lenguaje mental negativo en un lenguaje positivo y por aquellos que quieran empezar a aprenderlo. Algún día empezaste a pensar, con razón o sin ella, que te sobraban unos kilos. Se acercaba el verano, o una fiesta a la que debías asistir, o una competición deportiva en la que creías que te sentirías más ágil si reducías peso. Decidiste controlar la comida.

Habías oído decir que todo lo dulce `engorda´. Por esto suprimiste el azúcar en el café, y los pasteles, los helados... Decías que no te gustaban, que preferías el café amargo, la fruta a los pasteles... pero nada de ello era cierto. La razón de suprimir todo eso era otra.

Te resultó relativamente fácil disminuir dos o tres kilos, y continuaste reduciendo la comida.

A continuación suprimiste otros alimentos. La pasta italiana que tanto te gustaba, la eliminaste de tu dieta, así como las patatas fritas, el pan... Empezaste a pedir que la carne y el pescado re los hicieran sólo a la plancha, no tolerabas un guisado. Vigilabas que en la ensalada hubiera poco aceite y llegaste a pedir que no la aliñaran.

No sabes cómo, pero de pronto te diste cuenta de que tu repertorio alimenticio era muy limitado, que ya no comías lo mismo que antes.

Pero no sólo cambiaste el repertorio sino que también redujiste las cantidades. Tu familia te decía que comías muy poco y tú lo negabas. Mientras servían los platos en la mesa observabas cuál de ellos contenía menor cantidad. Siempre pedías el trozo de carne más pequeño o elegías la naranja de menor tamaño. Podías llegar a pedir que te cambiaran el plato por el que tenía tu hermana, y una vez lo habían hecho temías haberte equivocado y pedías que te lo volvieran a cambiar.

Cuando tenías el plato delante intentabas dejar parte del alimento contenido en él. Cortabas en trozos minúsculos la carne, o extendías la ensaladilla por el plato, o escondías un trozo de tortilla bajo unas hojas de lechuga.

Empezabas a interesarte por las dietas. Te atraían los artículos de las revistas que hablaban de ello. Te interesaba saber cuántas calorías tenía un producto y empezaste la carrera por conseguir el mínimo de calorías posibles. Si ibas a comprar al supermercado, elegías aquellos productos que llevaban impreso las calorías que contenían, e ibas calculando cuántas sumaban al cabo del día. Siempre elegías el producto con menor contenido calórico.

Y así has continuado.

Ahora, además, compruebas periódicamente el peso. No es suficiente con haber reducido la comida, sino que precisas comprobar los resultados. Te miras continuamente en el espejo, y en las lunas de los escaparates observas si tus caderas se han reducido, o si tus piernas son suficientemente delgadas o tus mejillas marcan lo suficiente los pómulos. Compruebas si puede ponerte los pantalones de tu hermana pequeña. Miras con detenimiento las imágenes de tus ídolos, y comparas tu silueta con la de los modelos. Si eres un chico, comparas tu tórax con el del deportista que admiras. Sin darte cuenta, las disminución del peso, el modelamiento de determinadas partes de tu cuerpo, de tu figura, se van convirtiendo en lo más importante de tu vida.

Quieres reducir peso y reducir tamaño hasta tal punto que te sientes obsesionado, atrapado por ello. Sabes que con el ejercicio físico puedes lograr algo en este sentido. Te dedicas a él cuanto más tiempo mejor. No sólo amplias las horas dedicadas al deporte sino que además procuras practicarlo con la mayor intensidad posible. En casa estás siempre activo. De pronto se desarrolla en ti una afición por colaborar en tareas domésticas, o en hacer recados. Te ofreces a fregar los platos mientras los demás miran la televisión.

Con todos estos cambios, efectivamente, bajas peso. Te gusta que te lo digan, es la confirmación de que tus esfuerzos no son inútiles. Y sin embargo, a pesar de que cumpliste el primer objetivo, no te sientes mejor. Tienes miedo de volver a recuperar los kilos perdidos y para evitarlo continúas reduciendo la alimentación.

Pese a haber adelgazado , no te gustas más, y tu carácter está cambiando. Estás más triste, más irritable, más malhumorado; ya no te ilusionan las cosas como antes. Únicamente te dedicas con más ahínco al estudio, pero de forma obsesiva. Estudias más horas que ningún oro compañero de clase y nunca estás seguro de haber estudiado suficientemente. Repasas una y otra vez los mismos temas.

Tú familia está muy preocupada. En casa, las relaciones han empeorado. En el momento en que se dieron cuenta de que el descenso de peso era importante, han tratado de que volvieras a comer como antes. Te han dado razones, te han rogado o se han enfadado contigo. A veces las horas de las comidas han sido y son un verdadero infierno. Ya las temes antes de que lleguen, y a menudo las rehuyes, dando excusas para no comer con tu familia. Dices que ya los has hecho en la universidad, o que ya cenarás con tus amigos, o que no cenas porque merendaste copiosamente. De este modo evitas el control y las discusiones.

Otra forma que quizás has utilizado para reducir el contenido calórico de la comida es provocarte el vómito, o tomar muchos laxantes o diuréticos. Te informó de esta posibilidad un compañero, o por tu cuenta llegaste a esta decisión. Las primeras veces que vomitaste te costaba mucho esfuerzo lograrlo y pasabas mucho tiempo antes de conseguirlo. Pero en cambio ahora te resulta fácil. De este modo no sólo crees que disminuyes peso, sino que ello , además, te `permite´ simular ante los demás que no tienes problemas. Quizás tu familia y tus amigos se enfadaban contigo porque no comías. Ahora puedes comer igual que ellos y después vomitar. Te parece haber encontrado la forma ideal, evitando así discusiones y enfados.

No obstante hay indicios de que las cosas no van bien y te proponen visitar al médico. Te opones diciendo que a ti no te pasa nada. Pero no es cierto. Se te cae el cabello, estás ojeroso, notas mucho frío en el cuerpo, tienes siempre las manos heladas. Aunque quieres seguir haciendo ejercicio, te sientes cansado y ya no rindes como antes en el equipo deportivo. Si eres mujer, probablemente haya desaparecido la menstruación.

Al mismo tiempo empiezas a rehuir a tus amigos. Ya no sales a cenar con ellos, rechazas ir un fin de semana a su casa, porque tienes miedo de verte obligado a comer como los demás. Date cuenta de que le temes a lo que antes había sido normal en tu vida.

A medida que la mala nutrición avanza, va empeorando todo: el comportameinto, tu estado físico, tu estado emocional. Piensas que vales muy poco; no te gustas y crees que tampoco gustas a los demás. No sabes cómo detener todo este proceso, te sientes atrapado.

 

Ahora plantéate si te ves reflejado en estas descripciones. ¿Te está ocurriendo algo de todo esto? Es decir, ¿ te resistes a tener el peso que te corresponde y te asusta mucho la posibilidad de recuperarlo? ¿ Te ocurre también que a pesar de que has perdido mucho peso no te ves tan delgado como te dicen los demás? Y si lo reconoces, ¿quieres seguir, a pesar de ello, manteniendo esta silueta delgada? ¿Es una de la meta principales de tu vida estar delgado?

Si eres mujer, ¿has tenido problemas con la menstruación? ¿Los ciclos son irregulares? ¿Te ha faltado la menstruación algunos meses?

¿Estás más sensible, más irritable, más triste?

Pregúntate si a ti te ocurren estas cosas. Quizás sufres una anorexia nerviosa.

 

 

El texto extractado para el presente artículo han sido extraídos del libro Riesgo Y Prevención De La Anorexia Y Bulimia, cuya autora es Montserrat Cervera y que está editado por Martínez Roca (ISBN: 8427021372).
El texto reproducido ha sido aprobado por los responsables editoriales, con lo que no se vulnera ningún derecho amparado bajo la Ley de Propiedad Intelectual vigente.
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