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Pequeño Homenaje A Eugenio De Andrade
por Lydia Rodríguez

Recibo esta mañana con sorpresa y tristeza, al leer el Correio da Manhã de Portugal, la noticia de la muerte del poeta Eugenio de Andrade –de nombre real José Fontinhas– (1923-2005), que falleció en la madrugada del 13 al 14 de junio en su casa de Oporto.

Sé que los homenajes casi siempre llegan tarde, pero quisiera hoy, como humilde lectora de poesía portuguesa, dedicar esta página a la memoria de uno de los poetas lusos más significativos del siglo XX. Entre su obra, destacan títulos como Adolescente (1942), Até Amanhã (1956), Os Afluentes Do Silêncio (1968) e O Sal Da Língua (1995).

Conozco la poesía de Andrade –Premio Camões 2001– desde hace unos cuatro años, cuando una calurosa tarde del mes de septiembre paseaba y curioseaba por varias librerías de Lisboa. Encontré y, finalmente, compré algunas antologías de poesía portuguesa que hoy ocupan un importante espacio en mi librería y son motivo de constantes relecturas. De ahí nació mi amor y admiración por la poesía en lengua portuguesa.

He de confesar que mi conocimiento sobre la poesía de Eugenio de Andrade en particular es bastante incompleto, puesto que aún no he tenido acceso a toda su obra. Algo que no impide, sin embargo, mi deseo compartir aquí y hacer extensible, entre otros lectores, ese sentimiento que produce la lectura de sus poemas.

Como dice Inês Pedrosa, "O amor à poesía não se aprende –nada do que é verdadeiramente fundamental na vida se aprende– mas pode contagiarse". Precisamente, la poesía de Eugenio de Andrade es un claro ejemplo de ese contagio que hace vibrar, de ese amor incipiente que despierta en el lector tras la lectura de ciertos versos.

Mueren los poetas, pero sus obras permanecen. Eugenio de Andrade nos abandona, pero nos lega el regalo más preciado: sesenta años de extensa y fructífera producción literaria reconocida por la crítica y el público internacional.

 

 

As Palavras Que Te Envio São Interditas

As palavras que te envio são interditas

até, meu amor, pelo halo das searas;

se alguma regressasse, nem já reconhecia

o teu nome nas suas curvas claras. Dói-me esta água, este ar que se respira,

dói-me esta solidão de pedra escura,

estas mãos nocturnas onde aperto

os meus dias quebrados na cintura. E a noite cresce apaixonadamente.

Nas suas margens nuas, desoladas,

cada homem tem apenas para dar

um horizonte de cidades bombardeadas.

 

 

Respiro O Teu Corpo Respiro o teu corpo:

sabe a lua-de-água

ao amanhecer,

sabe a cal molhada,

sabe a luz mordida,

sabe a brisa nua,

ao sangue dos rios,

sabe a rosa louca,

ao cair da noite

sabe a pedra amarga,

sabe à minha boca.

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