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Francisco Umbral, Un Dandy Alucinado.
por Lydia Rodríguez

Dice el gallego Manuel Rivas, en una de esas frases que, por certeras y lapidarias, resultan escalofriantes, que “la vida humana transita entre el apego y la pérdida”. Y no le falta razón.

Umbral –tan dandy y tan alucinado– es el único que ha conseguido despertarme de este largo letargo y obligarme a retomar la escritura de esta sección, paralizada por las vacaciones estivales.

La sorpresa de tu muerte me conmueve y me eriza la piel. Y es que las ocho de la mañana, mi querido Paco, es una hora muy poco recomendable para dar este tipo de noticias.

A Umbral lo he admirado mucho como escritor, aunque siempre he enjuiciado el trato hosco que dispensaba a algunas personas. Su locuacidad, su dominio exquisito del lenguaje, la elección perfecta de cada palabra, su vehemencia y su férrea personalidad amedrentaban, cómo no, al más bravucón. Quizá solo era fachada, quizá sólo era una forma de defenderse de una vida y un mundo infame e impío que le arrebataron tempranamente a ese hijo mortal y rosa.

Contigo aprendí, a través de tus libros y en mi propia casa, los nombres que poblaban tan malditamente la nómina de la historia de esa otra literatura que no me enseñaban en las aulas de la universidad: González Ruano, Agustín de Foxá, Pedro Garfias, Cansinos Asséns, Emilio Carrere o Bacarisse, por mencionar sólo algunos.

Con tu sempiterna y anacrónica máquina de escribir has sido y serás el pájaro carpintero, serio y disciplinado, de la prosa española contemporánea.

Quisiera decir algo bello, un adiós literario de esos que se escriben para los ilustres entierros, pero ya sé que "la carne –y mucho menos la tuya no se deja literaturizar". El niño que fuiste contigo ha muerto; ahora nos entregas el muerto que serás.

Ya ves que no valgo para crear epitafios ni elegías ni esquelas ni necrologías ni elogios post mortem, así que te devuelvo tus palabras, por si alguien descubre en ellas ese aire de lírica profecía teñida de verdad.

"Al final, como la muerte tiene mal gusto, se quedará con mi peor gesto, con el más estúpido, torcido y loco, y lo perpetuará para siempre, aunque esto es un decir, pues en cuanto te entierran la vida sigue su tarea por dentro de la muerte, y te pueblas de otras vidas menores, y evolucionas hacia la esbeltez del esqueleto o la peguntosidad del légamo, hasta quedar hecho un dandy de hueso o un sapo de tierra. No es cierto que nada se detenga con la muerte. Sólo que se cierra la carpeta de apuntes de la vida y tu rostro deja de ser tu rostro, porque no somos sino una sucesión de esbozos y tras el último esbozo viene la máscara, la calavera".

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