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Bienvenido Mr. Brown
por Silvia Rodríguez

Con motivo del reciente bombazo editorial del conocidísimo autor de El Código Da Vinci me asalta una reflexión; se refiere al poder de los tópicos, satanizados por unos, respetados por otros... y es que ¿es lícito el dicho todo vale en pos del beneficio de una publicidad no buscada, pero que repercute positivamente en aquellas ciudades, en las que está el autor va situando las acciones de sus novelas...? Paris, Roma, y ahora, Sevilla. De la primera se creó un itinerario en el que aquél seguidor incondicional de la novela tenía la posibilidad de recorrer los lugares reflejados en la misma; de la segunda no tengo constancia de tal hecho (la capital italiana era protagonista de la trama de Ángeles Y Demonios). En esta ocasión es la capital andaluza la ciudad escogida por el americano; en La Fortaleza Digital, aquellos que desconocían algo de la Hispalis romana tiene la oportunidad de descubrirlo... aunque sea bajo el uso indiscriminado de efectos especiales made in Hollywood y de, otra vez, inexactitudes históricas y licencias narrativas no sé hasta qué punto permisibles. Porque esa es otra: ¿dónde está situado exactamente el límite entre lo que uno puede utilizar o respetar a la hora de valerse de dichos elementos? Creo no haber escuchado ninguna voz disconforme de los parisinos de una difusión errónea de lugares, costumbres e idiosincrasia franceses... Reconozco no ser una seguidora de este autor y su obra, pero como sevillana de nacimiento no acabo de salir del estupor que me ha dejado el conocer la opinión de muchos de mis paisanos, alcalde a la cabeza, quienes, a modo de comitiva a lo Bienvenido Mr. Marshall Berlanguiano han recibido la noticia con la acogida que corresponde a una España de pandereta superada ya, supuestamente: imágenes en sepia de unos tiempos que nos han costado desterrar o, al menos, reinventar. Que tan rentable nos ha sido y sigue siendo. Nos quejamos de la misma, pero la retro–alimentamos continuamente. Aún a pesar de que, se nombre en la misma a una Guardia civil corrupta, a unos servicios sanitarios tercermundistas, o a una Giralda a la que le han surgido de repente cientos de escalones, cuando la ilustre torre lleva ocho siglos haciendo sudar al personal subiendo sus mágicas rampas; o que se sitúe a la casa consistorial en las dependencias de la Plaza de España (¿esto no salía en Lawrence de Arabia?), la novela es un bestseller, y en pocas semanas se ha colocado entre los más vendidos. Y en Sevilla, ciudad casi intocable en cuanto se intentan pervertir fiestas y tradiciones; no hay más que recordar la polémica que suscitó un polémico videojuego, Matanza Cofrade, y cuya difusión fue prohibida. Y digo yo, ¿quién impone la frontera entre lo políticamente correcto y la blasfemia? ¿Las instituciones políticas, religiosas o sociales de turno? La tormenta pasará rápido ya que la capacidad del sevillano/a de volcarse en la promoción de las virtudes de su ciudad es prodigiosa: eventos deportivos, exposiciones universales, bodas reales, manifestaciones solidarias... Al margen de los intereses, al margen de las modas.
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